viernes, 15 de marzo de 2024

TIEMPOS DE PUNTUALIDAD

En determinadas ocasiones, el espacio temporal de un par de minutos puede ser verdaderamente importante o decisivo para la consecución de algún objetivo, de desigual importancia, que nos hayamos impuesto. Esa muy breve parcela del tiempo puede ser insustancial en la mayoría de los casos, dado el escaso cumplimiento del valor de la puntualidad en nuestros hábitos sociales. Pero hay situaciones, de especial singularidad, en las que ese minuto o dos podría tener resultados trascendentes en el pequeño mundo de nuestras privacidades. En este temporal contexto se inserta nuestra historia de esta semana.

Una joven malagueña llamada CLARA Iris Templanza, en la actualidad 42, había estado trabajando durante doce años como diseñadora gráfica por ordenador, en una empresa editorial y de producción cinematográfica con sede en la capital de España. Gran amante del cine, a lo largo de los años solía matricularse en cursos relacionados con la realización y técnica cinematográfica, que programaba la Escuela Oficial del cine, con las titulaciones correspondientes. Durante su estancia en Madrid estuvo conviviendo con un actor de teatro, cine y televisión de “mediano rango”, ocupando en los castings interpretaciones o “papeles” secundarios. Pero Fabio Lumbreras, después de unos cinco años de relación con Clara, se encariñó con una compañera de reparto de 20 años, cuando él avanzaba por los 38. Las siguientes parejas afectivas no se caracterizaron por la estabilidad relacional, pero ello no fue óbice para que Clara desarrollara una vivencia laboral y relacional muy positiva, en el centro neurálgico del organigrama administrativo, económico y cultural español.

Pero en un infausto momento, la empresa para la que Clara trabajaba, RED AND BLUE, se vio inmersa en un proceso de suspensión de pagos que conllevó una inmediata quiebra económica. El origen de este grave problema había sido la paulatina descapitalización provocada por sus dos máximos propietarios, que no supieron deslindar su economía personal de la propiamente empresarial. Un tanto abrumada ante esta difícil situación, decidió volver a Málaga, a casa de sus padres, para recuperar el ánimo y seguir buscando un acomodo laboral de acuerdo con su titulación y experiencia. Dada su formación y preparación, pensaba que podría encontrar pronto acomodo en el ámbito audiovisual. Para ello comenzó a enviar currículos, básicamente dirigidos a la centralidad madrileña, que bien conocía tras haber residido allí largo tiempo. Como las respuestas no llegaban o cuando lo hacían declinaban amablemente la petición, diversificó el destino de sus envíos hacia otros puntos interesantes de la geografía española, especialmente la zona de Cataluña y en ella la provincia de Barcelona.

Fueron momentos en su vida un tanto difíciles, aunque tenía la convicción de que la solución profesional pronto o tarde tendría que llegar, porque sus méritos estaban bien fundamentados. Y ese día llegó, de la manera más casual o imprevista. Vio un anuncio, navegando por Internet, en la que una gran empresa de construcción de muebles y decoración de espacios profesionales, SPACE AND SHAPE de ámbito internacional, con sede administrativa española en Madrid, necesitaba un diseñador gráfico por ordenador, añadiendo unos datos en donde habría que enviar los correspondientes currículos. La oferta era verdaderamente atractiva, pues se ofrecía un contrato de seis meses, renovables, con posibilidad de hacerse definitivos en la permanencia, según los méritos desarrollados. Como marcaba un límite de edad, entre los 25 y los 45, ella entraba todavía dentro de los límites cronológicos establecidos en la convocatoria. El factor idiomas podría también influir, pues Clara, buena estudiante desde su adolescencia, dominaba además del castellano, el inglés perfectamente y con un nivel aceptable el alemán.

En el plazo de dos semanas, un martes de primavera, recibió con manifiesta satisfacción en la dirección de su correo electrónico la positiva y esperanzadora respuesta, de haber sido una de las tres solicitudes seleccionadas. Se la convocaba a una entrevista personal en unas oficinas de la compañía, ubicadas en la Gran Vía, el lunes siguiente al recibo de la citación, a la 9:00, exigiéndose estricta puntualidad a las tres personas seleccionadas, ya que la entrevista sería en principio conjunta y posteriormente de manera individual. Clara tenía mucha fe en sus posibilidades de alcanzar el puesto, tanto por su experiencia relacional, como por su destreza en el manejo técnico del diseño informático. Cierto es que tendría que competir con otros dos candidatos, a los que, obviamente, no conocía, ni en su historial profesional ni en sus características personales.

Consultó en las páginas de Renfe/Adif los horarios de los trenes AVE con destino a Madrid. Ese lunes, para el que estaba citada, el primer tren partía a las 7:30, con una duración en el trayecto hasta la Estación de Atocha de dos horas con cincuenta minutos. Entonces tenía que viajar en domingo, haciendo noche en Madrid. Sacó por Internet el correspondiente billete, eligiendo el último tren del día, que partía de la estación Málaga María Zambrano a las 20:00. Hubiera elegido el viaje con el horario de las 17:30, pero, al ser domingo, ya tenía todas las plazas cubiertas en clase turista y las de clase VIP se “disparaban” en el precio. Concertó una noche en un hotel de la Gran Vía, no muy distanciado en metros de la agencia empresarial a la que debería acudir. Cuando llegara a la estación de Atocha (el billete marcaba las 22:50, tomaría el metro, línea 1, para bajarse en Gran Vía, a dos pasos del hotel.

Todo estaba preparado para mantener esa entrevista, para la que había sido seleccionada. Tendría que competir con otros optantes para eses interesante puesto laboral. Cuando llegó el domingo, Clara, que era una persona muy “dejada” para ultimar los preparativos, se puso a hacer la maleta después del almuerzo. Recibió por WhatsApp un mensaje, en la que le comentaban que una amiga muy próxima había sido madre. Como vio que tenía tiempo, se acercó al sanatorio, en el bus municipal 11, para entregarle un regalo que ya lo tenía comprado y tras felicitar a la nueva madre volvió a su domicilio. El tiempo se le estaba haciendo ya bastante corto. Sobre las siete, comenzó a llamar a un taxi, para que la dejara en las puertas de la estación. Le costó trabajo encontrar uno, ya que era domingo de Ramos y los servicios estarían muy demandados. Cuando el taxi llegó a la barriada de El Palo, residencia de sus padres, eran las 7:25, pero ella no se inmutaba, pues pensaba que no habría problemas para estar en la estación antes de la salida del tren. Pero el destino juega malas pasadas. Dos bloqueos de tráfico en la Avda. Juan Sebastián Elcano, con motivo de la Semana Santa y los desfiles procesionales en la zona centro de la ciudad, provocaron que los minutos fueran pasando para, ahora sí, sembrar inquietud en la normalmente tranquila Clara Iris.

El taxi al fin pudo llegar a la puerta de la Estación ferroviaria Málaga María Zambrano a las 8:01.  Prácticamente corriendo, tirando del trolley, pasó el control de maletas y para su “desesperación” vio como el último vagón del AVE desaparecía en la lejanía. El tren había sido puntual, pero ella, lamentablemente, no. Es obvio que este servicio trata de mantener una estricta puntualidad para los desplazamientos. Y ahora ¿qué podía hacer?

En las oficinas de expedición de billetes le informaron que podían cambiarle el viaje para el día siguiente lunes, en el tren que partía a las 7:30 de la mañana. Clara, resignada, aceptó el cambio, pero el problema era la entrevista de las 9:00, a la que debería asistir con “puntualidad”. Aun así, tuvo que aceptar perder el pago de la noche de hotel y viajar el día siguiente, sin poder contactar con unas oficinas que estaban cerradas, pues era domingo. El tren AVE llegó a la estación madrileña de Atocha a las 10:25 del lunes. Mientras viajaba, llamó las oficinas de la empresa a las 9:00, explicando su caso, por haber “perdido” el tren el día anterior. La secretaria que le atendió solo le aseguró que informaría al jefe de personal. Se presentó en las oficinas de la Gran Vía cuando el reloj marcaba las 11 h. No la recibieron hasta una hora más tarde, indicándole que, al no haber estado presente en la entrevista, a la hora fijada, su opción quedaba archivada para otra ocasión. La plaza de trabajo ya estaba decidida. Le reiteraron que, para la empresa, la puntualidad en las citas era algo muy importante, fundamental, para las personas que desearan trabajar con ellos. 

Clara Iris volvió a Málaga ese mismo día, profundamente defraudada por la excesiva rigidez que esa empresa había mostrado con el problema que ella había tenido y detalladamente explicado. Aunque también comprendía que no se debían dejar las obligaciones “para última hora”, pues cualquier imprevisto podía provocar su incumplimiento, con las consecuencias negativas subsiguientes. El haber perdido ese AVE que la iba a trasladar a Madrid, por haber llegado unos minutos tarde, había influido, decisiva y negativamente, en su opción para conseguir el anhelado puesto de trabajo.

Fueron momentos duros y desalentadores, que minaron el tradicional optimismo de Clara. Era consciente de que conseguir un puesto de trabajo, a pesar de todos sus méritos y el buen currículo que lo sustentaba, no era nada fácil, en una sociedad tan competitiva e insensible a los comportamientos personales y sus causas. Gracias a la ayuda de sus padres, pudo a duras penas mantener el ánimo, una vez que la opción de SPACE AND SHAPE se había esfumado, en una estación ferroviaria. Continuó con su envío de currículos, esta vez diversificando un poco más su mayor aval como era el diseño gráfico por ordenador.

Ya a comienzos de junio, una tarde observa en su móvil una llamada entrante que, para su inmensa sorpresa, procedía de una persona que, a pesar de su infantil infidelidad afectiva, ella no había olvidado. Al otro lado de la línea, Fabio Lumbreras, su pareja, durante un lustro de sus vidas.

“Infinitas gracias, Clara, por atender mi llamada. Probablemente, sería la última persona que esperarías que te llamase, pero debía hacerlo, por dos importantes motivos. El primero, para reconocer mi estupidez e infantilismo, “cegándome” en el amor con una chica muy joven e inmadura, incluso más que yo. Aquello, te lo aseguro, duró solo un par de meses. En la soledad comprendí el grave error que cometí y por el que te pido, con humildad, ese perdón que confío algún día me puedas conceder. En la soledad se echa de menos aquello tan valioso que has dejado perder.

Por la prensa, conocí la grave crisis económica que sufrió la empresa Red and Blue, en la que trabajabas. Su quiebra era inevitable, cuando los dirigentes anteponen sus ambiciones a la buena salud administrativa del negocio. Perder un puesto de trabajo, en el que llevabas más de una década, fue un duro golpe, no fácil de sobrellevar. También me he enterado, por amigos comunes, de que estás en la actualidad viviendo con tus padres, en esa bella Málaga, donde felizmente naciste y sin suerte en el ámbito laboral

Quiero comentarte que vamos a iniciar un rodaje (hemos formado una productora, EL CATALEJO) ahora a comienzos de julio. Cuando todo el complejo organigrama de filmar la película estaba bien preparado y estructurado, a última hora una de las más importantes funciones técnicas se nos ha quedado bloqueada. La compañera que iba a realizar el script o la continuidad, se le han cruzado los cables y se ha marchado con su nuevo amor a tierras del Caribe. El puesto de continuidad o el raccord ha quedado libre. Y he pensado en ti. Además del diseño gráfico, recuerdo que muchos veranos te animabas, con asombrosa voluntad, a realizar tu cursillo de cine, para el que desde luego siempre has estado muy bien dotada. Precisamente, recuerdo que en uno de nuestros veranos le dedicaste un par de semanas para centrarte en el raccord de las películas, como una buena script. Si te animas, ese puesto de script para el inminente rodaje es tuyo. Piénsalo de inmediato. No tenemos mucho tiempo para la espera. Te puedo enviar por correo urgente un resumen detallado del guion, para que te vayas haciendo a la idea. Y si lo prefieres, el guion completo de la película. Tienes conocimiento y capacidad suficiente para evitar que no haya fallos o incoherencias entre los sucesivos planos de cada escena. Yo actúo en el reparto y al mismo tiempo ejerzo de ayudante del director. Anímate. Te necesitamos. Te necesito”.

Después de tantos nublados y tormentas, Clara Iris volvía a ver la luz. Siempre amanece. Las buenas voluntades reciben el premio de “los dioses”. De inmediato, aceptó el generoso ofrecimiento de Fabio. Tenía que ser valiente. Pasar del diseño gráfico a la magia cinematográfica es un lúcido y emocionante reto que la ilusión aconseja afrontar. Contactó con su amiga Marga, que estudiaba en la Complutense, quien le indicó que podía quedarse con ella todo el tiempo que necesitara e incluso para compartir ese buen apartamento que tenía alquilado en el barrio de Fuencarral, a dos pasos de la Gran Vía. Las luces continuaban llegando a ese nublado agobiante en que el caprichoso destino la había sumido durante meses.

Al paso de las hojas del almanaque, Clara, que ahora extrema la puntualidad en sus obligaciones y proyectos, está plenamente integrada en la productora El Catalejo. El puesto de script lo maneja con eficacia y seguridad. En cuanto al actor y ayudante de dirección, Fabio, hace todo lo posible para que su antiguo amor recupere la confianza en su persona. Él la necesita, la quiere y se entrega a ella en todo lo que puede e imagina, porque considera, con sensatez y cariño, que es el verdadero amor de su vida. Clara aún duda, pero … -

 

 

TIEMPOS DE

PUNTUALIDAD

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 15 marzo 2024

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

viernes, 8 de marzo de 2024

ESTRELLAS CON ENCANTO

A lo largo de nuestro recorrido vital, vamos observando, y en muchos casos asombrándonos, de numerosos y variados comportamientos que podemos calificar como “raros, insólitos, poco comprensibles, curiosos, absurdos, divertidos o incluso rechazables. Sin embargo, a poco que profundicemos en los porqués de esas actitudes humanas, terminamos por concluir que una mayoría de las escenas que nos parecen incompatibles con el razonamiento, contienen una cierta lógica, que nos ayuda a ser más comprensibles, tolerantes, ante unos hechos de los que eres un simple y oportuno espectador. Valga esta somera introducción, para contextualizar en algo la historia que vamos a narrar.

Cada mañana, entre lunes y viernes, a esa cómoda hora entre las 10 /10:30, llegaba al normalmente lleno de pacientes ambulatorio del S.A.S. del barrio malacitano Cruz de Humilladero-La Unión una señora mayor, sobrada de peso en su generosa humanidad, cabello cano, lentes con “notables” dioptrías, que portaba en su brazo una gran bolsa de tela recia de color beige. Con ágil diligencia, saludaba al guarda de seguridad (que ya la conocía, de sus visitas casi diarias al centro sanitario) y se dirigía a una de las numerosas zonas de salas de espera (de vez en cuando variaba de espacio) ocupando uno de los asientos utilizados por los pacientes que acudían para consulta con alguno de los médicos.

Una vez acomodada, con hábil destreza extraía de la gran bolsa dos largas agujas (de metal o plástico) para tricotar, con los ovillos de lana que también portaba, cuyos colores iban cambiando de un día para otro. A pesar de que su labor era continua, mostrando una admirable habilidad en el artesanal oficio, trataba de entablar conversación, siempre que encontraba la correspondiente recepción, con alguno de esos pacientes a quienes gusta hablar, contando sus padecimientos o esas banalidades sobre temas diversos. La señora del tricotaje tenía por nombre EULALIA (Lali) Campanal Ternera.

Había días en los que no tricotaba jerseys, bufandas o calcetas. Por el contrario, utilizaba unas metálicas agujas para hacer crochet e iba componiendo preciosos paños para la mesa del salón, mesillas de noche u otros usos para el adorno. Y así, una semana tras otra.

Una de las pacientes, que esperaba en la salita, hasta ser atendida por la Dra. Comas, la miraba con puntual fijeza. Le resultaba curiosa, como a otras personas, la imagen de esa señora mayor, con toquilla a veces por los hombros (como si estuviera en el salón de su casa) que tricotaba sin cesar y que nunca era llamada por el médico correspondiente. Unos días después, esta paciente tuvo que volver a la consulta médica y de nuevo volvió a encontrarse con esa curiosa escena, de la señora que tricotaba en el mismo asiento, como si el tiempo no hubiera pasado. Entonces no pudo reprimir su curiosidad de preguntarle, con la lógica y necesaria delicadeza, por qué “siempre” tricotaba y no entraba en consulta. De esta peculiar forma nació la amistad entre Eulalia y ONDINA Leira Villén. Una primera taza de café con leche, invitada por su nueva amiga, facilitó la expresividad de Eulalia, que se sentía feliz narrando a Ondina retazos, simples pero significativos, de su vida.

“Aquí, en el ambulatorio, me siento bien resguardada o protegida. No tengo apenas familia. Nunca me casé. Para vivir, he fregado muchos suelos y he preparado y limpiado no pocas cocinas. Tuve una gran suerte, porque mi abuela, Palmira, que en gloria esté, fue la buena mujer que realmente me crió. Tuve una madre de muy mala cabeza, siempre estaba de amoríos de un lugar para otro. Esta abuela/madre me enseñó y despertó en mí, desde pequeña, el arte de tricotar. Tanto con las agujas de la lana, como con los hilos y las agujas del crochet. Me vengo a los ambulatorios unas horas, para evitar la soledad, pues así hago algunas buenas amigas, como tú. En el invierno, estando aquí, evito el frío, gracias a la calefacción que ponen, mientras que, en los días de calor, la refrigeración alivia mis sofocos. Como te decía, con estas amistades puedo hablar y sentirme acompañada. Algunas de estas buenas personas, incluso suelen traerme algunos detalles, como dulces, bizcochos, rosquillas, pestiños …

No me gusta estar parada, así que compro un poco de lana o hilo y tricoto, actividad que me da tranquilidad y el bien de sentirme útil. Hago jerseys, bufandas, calcetas para los pies y también pañitos para la sobremesa. Todo este material suelo llevarlo a una mercería y tienda de ropa, que tengo en mi barrio de Huelin. Allí me lo compran, pues dicen que tiene buena salida. A veces, incluso alguna cliente me viene con las medidas de su cuerpo, para que le haga alguna prenda de lana. Ese “dinerillo” me viene muy bien, porque la vida cada día está más cara. Solo tengo una pensión “de pobre”, que me da para comer, sin grandes excesos. Por la vivienda, una antigua y pequeña portería (mis abuelos eran los porteros) no tengo que pagar nada. Los vecinos me la ceden, a cambio de que ordena un poco el portal y una vez a la semana “haga” las escaleras.

Antes de hacer uso de las salas de espera en los ambulatorios, solía irme a la estación del ferrocarril. Allí echaba las horas, también tricotando. Pero un día prohibieron pasar a la zona de los andenes, en donde mucho me distraía, viendo llegar y salir los trenes y a los viajeros con sus maletas. Era emocionante ver las lágrimas en las despedidas y los abrazos y besos en las llegadas. Entonces tuve que cambiar de sitio. Me tenía que resguardar en la sala donde venden los “billetes”, pero el guardia, cuando me veía un día tras otro, me regañaba, diciéndome que allí no me podía quedar. Aquí, en el ambulatorio, el guardia Antón es más comprensivo y me permite que haga mi labor sin molestar a nadie, durante los días que desee.

Mira, querida Ondina, yo soy persona muy servicial. Si tengo que ayudar a los pacientes despistados, les indico en donde está el médico que les corresponde, pues ya me los sé de memoria. También les aclaro si el doctor ha entrado o salido de su consulta. Fíjate la alegría que me dio, cuando pusieron aparatos de televisión en las salitas de espera, por los que ponen vídeos de cómo hacer comidas saludables. Esos programas son muy entretenidos, para también ir pasando las mañanas y que la gente no piense tanto en sus enfermedades.

El contacto con las personas me da la vida. Necesito hablar y sentirme rodeada de gente, porque la soledad es muy mala. Veo pacientes muy diferentes en su forma de ser. Algunos no “paran” de parlotear, contando sus historias y especialmente sus dolencias con todo tipo de detalles. Parece a veces como si entre ellos hubiera una especia de competencia por ver quien tiene más plaquetas, menos azúcar y tensión arterial ¡Si vieras la de remedios caseros que tengo que escuchar! Algunos parecen como “milagreros” que tienen soluciones para todo tipo de dolores”.  

Cuando Ondina escuchó toda la amplia narración y argumentación de Lali, como ya la llamaba, quedó prendada en la sencilla y bella historia de esa buena mujer que ahora tenía como amiga. Así que se sintió obligada de explicarle su verdadera intención inicial, para acercarse y preguntarle el porqué de su diario y original comportamiento.

“He de confesarte, amiga Lali, que soy escritora. Suelo trabajar para periódicos y revistas. Desde hace unos meses estoy escribiendo un libro de relatos, narrando y analizando en los mismos a una serie de personajes “anónimos” de nuestro entorno, que en su quehacer de cada día muestran el encanto de su forma de hacer y trabajar. Son personas interesantes que, en mi deambular por las calles y barrios de nuestra ciudad, voy poco a poco descubriendo. Hablo con ellos y les pido permiso para fotografiarles para que puedan aparecer en las páginas de este libro que estoy componiendo.

Me gustaría, amiga Lali, que tu fueras una de estas pequeñas, pero grandes y hermosas biografías, de personas que dan luz y optimismo a la rutina de nuestro caminar por la vida. Quiero preguntarte ¿te gustaría que añadiera tu vida, a esos otros cincuenta, más o menos, personajes, que van a conformar el grupo de este libro de relatos cortos? ¿Me dejas que te haga una buena foto, ahí sentada en la sala de espera del ambulatorio, con tus agujas y lanas para tricotar esas gratas prendas para el vestir?”

Eulalia le respondió que le parecía bien, pero que la sacara “guapa” en la foto. Y que todo lo que le había contado lo podía poner en el libro. “Te lo agradezco en el alma, amiga Lali. Aún no sé el titulo exacto que, con la ayuda de la editorial, le pondremos al libro. Puede ser un título parecido a éste: PERSONAS CON ENCANTO, o también ESTRELLAS CON ENCANTO. De lo que estoy segura es que su contenido, tan humano y real, va a gustar a los futuros lectores”.

Tuvieron que pasar algunos meses, para que esta curiosa publicación estuviera en los estantes y escaparates de las librerías. El libro, bellamente ilustrado con las fotos de los 50 protagonistas de la narrativa, fue presentado en la atractiva librería LUCES, ubicada en esa Alameda Principal, aromatizada con los puestos de flores para alegría de la zona. La autora, Ondina Leira también realizó una divertida presentación de su nueva obra en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, en la que estuvieron presentes algunos de los personajes, cuya singularidad estaba bellamente plasmada en las páginas de la publicación. Por supuesto que Lali, cuyo orden en los personajes descritos ocupaba el puesto número 15, también asistió, preciosamente vistiendo una preciosa chaqueta de lana, color violeta, prenda diestra y habilidosamente tricotada.

Cuando la periodista y escritora Ondina recibe los porcentajes de venta, por derechos de autor, suele acordarse de su amiga Eulalia, para llevarle, a esa hora de la merienda para el diálogo, algún detalle, como regalo para el recuerdo. Uno de estos detalles, absolutamente merecidos, fue contratar una excursión de un día, para visitar juntas algunos de los pueblos de la provincia, con sus encantos monumentales y naturales, degustando al tiempo la comida típica de la zona.

En una encuesta realizada por la revista literaria “WORDS AND STORIES”, Palabras y Relatos, la “estrella” número quince, Eulalia Campanal, quedó entre los tres primeros puestos, preferidos por los lectores y críticos.

Entre los cincuenta personajes o estrellas que la publicación contiene, es frecuente que alguno de estos protagonistas “o actores” busque conocer e intimar con algunos de sus compañeros, presentes o reflejados en la obra. Lo hacen básicamente por curiosidad o porque sus historias les han conmovido o motivado afectivamente. Una de esas “estrellas” era MODESTO Lazaga, jardinero por las mañanas y biznagueros o vendedor de rosas por las tardes y las noches del estío. Conociéndole, con su dulce carácter, resultaba difícil aceptar, por quienes le conocían y trataban, que estuviera vinculado durante años en la Legión española. Aunque él lo aseguraba una y otra vez, con esas fotos que documentan “su verdad”.

Es persona con muchos años en su calendario, avanzando hacia su octava década y lleva viviendo solo desde su juventud. La esposa que tuvo y quiso, decidió abandonarlo por su extrema debilidad ante la bebida. Nunca quiso buscar a otra compañera para su vida que, en esta etapa avanzada, la dibuja con sosiego, buen trato y cariño “inmenso” hacia las flores. Ondina lo eligió porque con su esbelta y galante figura, cuando viste camisa blanca, faja roja y pantalones ceñidos de color negro, es gozosamente bien conocido por todos los lugares de encuentro y restauración, en las noches primaverales y veraniegas malacitanas.

Mode, el biznaguero, que, como el resto de sus compañeros en Estrellas con encanto, recibió un ejemplar de regalo por parte de la editorial, firmado por la autora de la singular obra, quedó prendado al leer el “fulgor” vivencial de esa estrella número 15, llamada Eulalia Campanal. En este final existencial que veía venir, con la certidumbre del calendario, pensó en el cariño fraternal que podría depararle una persona que gozaba de todas esas virtudes que adornaban a la tenaz tricotadora de jerseys, calcetas y paños bonitos para el adorno de cualquier hogar. Se dijo en una noche de estrellas y luceros, “¿Y porque no puedo yo “luchar” por una tan noble mujer que de seguro sabrá dar con creces todo ese cariño que ella no ha recibido, salvo en la infancia vivida con su abuela Palmira?”

Y así, en la media mañana de cada día, acude al ambulatorio de Humilladero-La Unión, para entregarle la primera biznaga o la más “coqueta” rosa roja, de entre las preparadas para la venta vespertina, por todos esos rincones, también llenos de embrujo y encanto, de la Málaga soñadora. Lali, todo orgullosa y adulada, está terminando de tricotar una preciosa chaqueta de lana azul, para ese bondadoso y galante pretendiente que el “caprichoso” destino ha querido poner en su dilatada, sencilla y ejemplar existencia. –

 

ESTRELLAS

CON ENCANTO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 08 marzo 2024

                                                                                    Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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viernes, 1 de marzo de 2024

REENCUENTRO CON LA NOSTALGIA

Recuperar el tiempo pasado es una tarea inútil, absurda o de resultados irreales. Ese tiempo pretérito ya no existe, en modo alguno puede volver, por el avance inexorable del minutero. Aquello de nosotros que más duele su pérdida es, obviamente, la juventud. Por supuesto, física, pero también anímica. Podemos mantener algunos hábitos y formas de vida, pero la realidad física “castiga", con impasible severidad, nuestros cuerpos y capacidades. En este lúcido contexto se acomoda parte de nuestra historia.

CLAUDIO Altea Milar, 66, “disfruta” la etapa de su jubilación, tras haber ejercido como profesor de Secundaria, durante treinta y cinco cursos, en diversos centros pertenecientes a la administración educativa. Permanece casado con CLAMIA Ventura Almeida, 63, también jubilada, que ejerció como profesional de la recuperación estética en un centro de belleza de la capital malacitana. Tienen dos hijos, RUBEN y MARIAN, ambos ya emancipados con parejas estables. La relación entre los dos cónyuges es “sosegada”, pero un tanto cansina, rutinaria, aburrida. La calificación más oportuna para esa relación matrimonial sería la de “sobrellevada”, por el paso de los muchos años de convivencia.

Este antiguo profesor, en su nueva vida de amplio horario libre, suele desarrollar su entretenimiento haciendo algo de ejercicio, asistiendo a las salas cinematográficas, disfrutando también con la lectura y ayudando en casa, en lo que puede y sabe. Una vez al mes se reúne con entrañables compañeros de la docencia, para compartir ese almuerzo de “hermandad”, casi siempre en el restaurante La Jábega, ubicado en el centro de la ciudad, en la conocida calle Strachan. Ese punto de encuentro es cómodo para los amigos comensales, por la facilidad de desplazamiento al mismo. Además de degustar algún suculento menú, los antiguos compas entablan densas tertulias, sobre todo tipo de temas, chismes y rumores, aunque siempre dejan esos minutos terapéuticos para hablar y explicar, con todo detalle en la narrativa, sus dolencias, sus achaques y demás grietas en el “fuselaje”, sin olvidar esas “numerosas” pruebas radiológicas que van sumando a su historial de “personas mayores”. En definitiva, todo tan normal, tan apacible y tan rutinariamente aburrido, en esta fase avanzada de sus prolongadas existencias.

Una noche de sábado, Claudio se había quedado “navegando virtualmente” al timón de su querido MAC de sobremesa, mientras Clamia ya dormía, a tenor de los acústicos y rítmicos ronquidos que llegaban desde la cercana alcoba matrimonial. Se estaba “bajando” una interesante película, que aún permanecía en cartel y que le había recomendado Fausto, el vecino del 4º, con la garantía de que no era violenta, ni física ni mentalmente, y tampoco potenciaba el masoquismo de las crudas enfermedades. Entonces sonó una señal, aplicación que le indicaba la entrada de un nuevo correo en su ordenador. Pasaban veinticinco minutos de la medianoche. Para su extrañeza, al abrir su buzón, comprobó con satisfacción que ¡no era un correo publicitario! de los que se escapan de las redes del spam. Era de tipo personal y lo remitía alguien cuyo nombre era CECILIA. El título del mensaje lo componía una sola palabra: Reencuentro.

Claudio tenía por costumbre, en los últimos tiempos, no abrir e-mails de origen desconocido, pues es su mayoría eran aburridas ofertas publicitarias, que en principio parecían atrayentes, pero casi siempre resultaban “engañosas” según su experiencia. Aún así, repasó mentalmente, pero no caía en personas “inmediatas” con ese nombre. Por esos porqués de difícil respuesta, se animó a la apertura del mensaje.  

“Buenas noches, querido e inolvidable Claudio. Tal vez ya no te acuerdes de mí, es natural. Fuimos compañeros de facultad, en Granada, hace más de cuarenta años. Tuvimos una gran amistad, plena de afecto y cariño (no creo equivocarme). Incluso nuestra relación íntima podría considerarse como una forma de noviazgo, aunque uno y otro evitamos utilizar ese concepto. Finalizaste la carrera un año antes que yo. En el verano de tu graduación, te escribí una escueta carta en la que te pedía que nuestra relación afectiva debía finalizar. No te ofrecí más razones, acerca de mis motivos. Fuiste muy elegante, todo un señor, aceptando mi “extraña” decisión. Entiendo que eran también meses muy difíciles o complicados, porque estabas entregado en la búsqueda de una salida profesional. Lo cierto es que desde entonces no hemos tenido contacto alguno. He localizado en Internet tu correo electrónico. En las redes, hoy casi todo es posible. Por eso me he animado a escribirte. Me agradaría saber algo de ti. Si alguna vez tiene un ratito, me haría feliz recibir algunas letras por tu parte. En todo caso, cuídate, en la circunstancia y lugar en donde estés. Te deseo lo mejor. Mis mejores recuerdos son para tu persona. Un beso. Cecilia”.

Al veterano profesor jubilado le dio un vuelco el corazón. De inmediato se le hicieron presentes muchos recuerdos, de esa persona que, por supuesto conocía y que estuvo tan cercano a él hacía más de cuatro décadas. ¡Cómo no había caído antes en reconocer el nombre de Cecilia! Apagó el ordenador y fue a la cocina para hacerse un aromático café. Sentado en un cómodo sillón de su sala de estar, con sólo la luz lunar que entraba por la cristalera, fue sorbiendo lentamente la sabrosa infusión, recomponiendo mentalmente unos años muy importantes de su lejana juventud. Ante todo, se preguntaba de ¿por qué ahora, aquella importante y muy querida compañera, había decidido contactar con él, haciendo renacer muy sensibles e importantes vivencias?

Efectivamente, Cecilia Avilés había sido una entrañable y querida compañera, en la facultad de Filosofía y Letras, cuando ambos cursaban la licenciatura de GH. Ella lo hacía en un curso menor que el suyo. Si en la actualidad él sumaba los 66, Cecilia tendría ahora 65 o tal vez uno menos. Se conocieron o entablaron amistad una tarde, por cierto, bastante fría y lluviosa, en la biblioteca de la facultad de “Puentezuelas”. Había olvidado los bolígrafos para tomar apuntes de un libro que consultaba, por lo que pidió a su compañera de asiento si podía prestarle algo para escribir. Era Cecilia. A partir de este simple y natural gesto, fueron intimando en sucesivos encuentros vespertinos para el estudio. Durante los pequeños descansos que hacían en el estudio (poco a poco, esos intervalos se hicieron más largos), compartían el café de la media tarde, con algo de merienda, en el bar de facultad que dirigía, Juan “el brujo”, apelativo en modo alguno ofensivo, sino cariñoso o divertido, local situado junto al salón de estudio o “ligoteca”.

Esas gratas conversaciones entre los dos alumnos fueron casi habituales de lunes a viernes, ya que ambos tenían las clases en horario matinal. También aprovechaban los sábados por la tarde, para quedar citados en esa Plaza de la Trinidad que les venía muy bien para “quedar”. Comenzaron a salir como amigos, cada vez más próximos en la intimidad y en el afecto. Aficionados al cine, no se perdían la sesión de las siete para acudir al cine Príncipe, en donde proyectaban densas y reflexivas películas de ”Arte y Ensayo”, generalmente cine alternativo y normalmente rodado en las maravillosas tonalidades del blanco y negro. Cuando la sesión finalizaba, disfrutaban, con buen apetito, de la muy “sociológica” ruta de las tapas. No pasaban de la “tercera”, porque la cerveza o el tinto ya se hacía notar y podía nublar la visión, a pesar de las suculentas tapas que acompañaban a los vasos. Les gustaban mucho las de carne con tomate, las de morcilla alpujarreña bien frita, las sabrosas ensaladillas y las papas a lo pobre o las papas bravas ¡Cómo picaban estas papas aliñadas, en el tugurio de Venancio el motrileño! Le gustaba ir cogidos de la mano subiendo las empedradas calles del Albaycin, sentirse juntos en los atardeceres de San Nicolás o en el Campo de los Mártires, con el embriagador aroma nazarí que tan bien está repartido por todos esos rincones llenos de poesía, flores y romanticismo, de esta ciudad singular, mágica y soñadora. Hacían también divertidas excursiones, especialmente a la Sierra, gozando de ese romántico tranvía que a poco iba a dejar de funcionar.

Ella, como granadina, vivía en casa de sus padres. Claudio, malagueño, residía durante el curso en un Colegio Mayor Universitario. Durante las vacaciones, intercambiaban cartas manuscritas, recuerdos y alguna que otra llamada telefónica, gestos que mantenían la unión entre dos jóvenes que se necesitaban, comprendían e ilusionaban con esa cariñosa amistad que tan bien los unía. Desde luego, si lo de ellos era un lógico noviazgo entre dos personas que tan bien se llevaban, uno y otro evitaban el comportamiento “acaramelado” que ridiculizaban viéndolo en el quehacer de otras parejas. Lo importante era estar juntos, pensar y estudiar juntos y disfrutar la ilusión también juntos.

Pero de manera harto extraña, en los últimos meses de carrera para Claudio, algo difícil de explicar ocurrió. Durante mayo/junio percibió en Cecilia un cambio en su carácter o trato, difícil de explicar o entender. Veía como si la relación se fuera “enfriando”, sin que hubiese motivo o razón justificada para ello. En todo caso, él lo achacó al estrés y a los nervios por la llegada de los exámenes de final de curso. Ante el final de su carrera, fue pensando para el futuro en preparar oposiciones a profesor de secundaria o entrar en esas listas para ejercer como profesorado interino. Por supuesto entendía que su situación como residente en el Colegio Mayor finalizaba, por lo que tendría que buscar acomodo en alguna casa compartida con otros estudiantes y opositores. Sin embargo, estando ya en Málaga, recibió en su domicilio familiar una carta, verdaderamente extraña en su contenido. Era de Cecilia (era granadina y vivía con sus padres y hermano). En esa críptica carta, ella le decía, que consideraba mejor para los dos poner fin a su relación.

Le preguntó a su muy querida amiga y compañera, por “activa y pasiva”, el motivo de esta ruptura “unilateral”, pero Cecilia le respondió que lo mejor para ambos era el silencio y conservar el afecto de los buenos recuerdos, rogándole que no se volvieran a ver, a fin de evitar sufrimientos inútiles y dolorosos. Claudio pensó con racionalidad que quizá ella había puesto sus ojos afectivos y su corazón en alguna otra persona. Como buen deportista, tendría que admitir el resultado de una decisión humana que, con responsabilidad, debería respetar en su totalidad.

Fue en su ciudad, la bella Málaga, en donde encontró acomodo laboral en la docencia privada. También consiguió “entrar” en esa lista, siempre complicada, de los aspirantes a interinidad en los institutos, esperando le llegara su oportunidad. Siguió preparando oposiciones que en una segunda oportunidad consiguió aprobarlas y obtener plaza en su ciudad, aunque antes tuvo que recorrer como itinerante algunos institutos de la geografía andaluza. Ya para entonces, Clamia se había cruzado en su vida y con ella formó una unida familia que en la actualidad aún mantiene.

El recuerdo de Cecilia, su primer amor, se fue difuminando, en su mente y corazón. Ninguno de los dos “movió ficha” para mantener al menos un correcto y cordial contacto. Incluso en las navidades no hubo comunicación alguna entre los dos grandes y afectivos compañeros de carrera. Aquel noviazgo, definitivamente había desaparecido. Y ya en plena jubilación de los años de docencia, a los 66 le llegaba este mensaje de Cecilia, verdaderamente difícil de explicar.

Por educación y añoranza en aquel cariño juvenil, también hay que decirlo, Claudio respondió aquella misma noche, con esa cordialidad que siempre se agradece, aunque hubiera “miles” de preguntas que plantear y responder. Le narró, a grandes rasgos, lo que había sido su vida, profesional y también familiar. Ante de finalizar esa misiva (en la que hubo instantes un tanto emocionales, en los recuerdos de hacía cuarenta y tantos años) no pudo reprimir esa pregunta que tantas veces se había hecho, sin poder obtener respuesta para el sosiego o la esperanza: “tendrás que perdonarme, pero nunca logré hallar respuesta o suficiente explicación, a tu “misteriosa despedida para nuestra muy íntima amistad y encariñada relación. Han pasado más de cuatro décadas. ¿Por qué no decirme ahora lo que realmente ocurrió en aquel mi final de carrera, para que hayamos estado en silencio tan largo período de tiempo?”. Tras la despedida, pulsó la tecla de enviar.

Pasaron los días y la respuesta no llegaba. En realidad, Cecilia se caracterizaba por ser persona llena de atractivos misterios y nebulosas respuestas.  “¿Cómo habría sido mi vida con Cecilia? Pregunta que en esos días se hacía una y otra vez. La verdad es que no le había ido mal con Clamia, pero esa ilusión de juventud universitaria, con aquella siempre misteriosa, pero agradable, cariñosa y a ratos divertida compañera, ahora no le era fácil de olvidad. Con su correo habían renacido recuerdos, gestos, palabras, ocurrencias, risas, travesuras y dulces palabras.  ¿Qué ocurrió? Solo ella tenía la respuesta que con celo y silencio había guardado en tan largo periodo de tiempo.

El destino quiso ser condescendiente. Una tarde de jueves, Claudio recibió una llamada. Al otro lado de la comunicación estaba Cecilia, con una voz algo más grave, de como él la recordaba. Le temblaba el pulso, cuando de inmediato, tras los saludos, ella le propuso una muy interesante posibilidad. “¿Qué te parece si haces unos km y nos reunimos el sábado en Granada para compartir un almuerzo? También te invitaré a merendar en la calle de las teterías, antes de tu vuelta para Málaga. Total, el viaje lo haces en poco más de una hora”. Claudio no lo dudó ni un instante. Quedaron citados en la mañana del sábado, a las 12, en la emblemática Plaza de Bib-rambla, en pleno centro antiguo de la ciudad nazarí, a dos pasos de la catedral. Era junio, al igual que cuando hacía 43 años se despidieron y vieron por última vez.

Se excusó con Clamia, comentándole que iba a tener un encuentro con viejos amigos de estudio. “No te preocupes, pues tenía previsto pasar un día de playa con unas amigas, ya que el tiempo ha mejorado mucho, adelantando el inminente verano”. Dos días más tarde, muy de mañana, Claudio partió hacia su querida y añorada ciudad de Granada. Marchaba con tiempo suficiente para recorrer algunas calles llenas de recuerdos y vivencias, de sus años de estudio. Hacía unos seis años que no había vuelto a la ciudad nazarí. En una hora y quince minutos, tras hacer un breve descanso en el restaurante La Parada, en el término municipal de Huétor Vega, entró en Granada, por la carretera de la circunvalación.

Dejó el coche en los aparcamientos de San Antón, junto al rio Genil y comenzó ese dulce y sentimental paseo por una hermosa ciudad, no muy diferente a la que recordaba de sus años juveniles. Recorrió un buen trozo del Paseo del Violón, tras cruzar el Genil, con sus frías aguas procedentes del deshielo primaveral desde Sierra Nevada. En la Carrera del Genil, se detuvo unos minutos en el templo de las Angustias, la patrona de la ciudad. Y de allí, a Puerta Real, siempre muy transitada, alegre y romántica, con el antiguo teatro-cine, Isabel la Católica, hoy sólo teatro. Observó el muy buen estado de conservación del edificio, desde su construcción en 1950. ¡Cuántas obras de teatro compartió allí, desde las alturas del segundo piso, con su “amor de juventud”, Cecilia Avilés! Giró en su caminar hacia Reyes Católicos, hasta la Plaza Isabel la Católica y desde ese punto bajó hacia la Capilla Real y desde allí a la plaza de Bib-rambla. Le agradó mucho ver los puestos de flores, que daban buen aroma y color a la plaza. Podía divisar un trozo de la Catedral y en el lateral izquierdo, el restaurante El Áncora, punto de encuentro con su antigua amiga. Faltaban unos diez minutos para que sonaran las campanadas musicales del sacro monumento catedralicio.  

Ya sentado en la terraza exterior, vio acercarse a dos señoras (una parecía algo más joven) que lo miraban con insistente fijeza. De inmediato captó que una de ellas era Cecilia quien, al igual que él, mostraban un cuerpo “castigado” por el paso del tiempo. La pareja de señoras lo habían reconocido sin dificultad, pues él había indicado como iría vestido. Se levantó de inmediato e intercambiando sonrisas besó a su viejo amor.

“Querido Claudio, te he reconocido sin tener que fijarme en tu vestimenta. Te conservas muy bien. Pareces un chaval … Quiero presentarte a mi pareja, amiga o esposa: ANABELLA. Ha compartido felizmente mi vida, durante los últimos cuarenta y dos años”.

Claudio comprendió, sin mayores deducciones, la respuesta que le estaba dando Cecilia a su insistente pregunta. Los interrogantes de cuarenta y tantos años habían quedado desvelados. Por supuesto, saludo con un cariñoso respeto a esta señora, que efectivamente parecía algo más joven que su compañera. Se le notaba en sus expresiones, siempre llenas de alegría y desenfado, un castellano algo italianizado. A los pocos minutos se excusó amablemente, ya que tenía que acudir a un asunto de cierta urgencia. Era una forma educada de dejar solos a los dos “tortolitos” de Universidad. Anabella seguía ejerciendo de fotógrafa profesional, vinculada a diversas agencias de noticias.

La jornada transcurrió como ambos antiguos compañeros habían previsto. Hubo el lógico intercambio de regalos: un gran ramo de flores, con una elegante esclava de oro, para ella, mientras que él recibió una cajita de siete Cds, conteniendo una recopilación de las mejores piezas orquestales interpretados en los conciertos anuales celebrados en los veranos del Generalife. Abundante diálogo en el almuerzo y la sobremesa. El té lo tomaron en un bien decorado local en la calle de las teterías, en la subida al Albaycín. Ninguno de los dos tuvo la indelicadeza de referirse a los motivos de ruptura en aquel verano del 75. La habilidad de Cecilia, presentando a su compañera de vida era digna de aplauso. “Me alegro de que hayas sido muy feliz. Me ha parecido una persona capaz de llenar de alegría y amor los minutos y las horas que sustentan vuestras vidas”. Cecilia no respondió, sólo sonrió, asintiendo con la cabeza. El sol se iba despidiendo, con ese color anaranjado de los susurros y misterios, tras la colina de la Alhambra. Como en los viejos tiempos, Claudio y Cecilia disfrutaban, en silencio y cogidos de la mano, contemplando ese dulce y romántico atardecer, desde el Mirador de san Nicolás. –

 

 

REENCUENTRO

CON LA NOSTALGIA

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 01 marzo 2024

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viernes, 23 de febrero de 2024

EL INSOLIDARIO RECHAZO SOCIAL

Es frecuente, e incluso normal, que haya personas que “nos caen bien”, mientras que otras nos producen el efecto contrario. Pero no siempre tenemos razones concluyentes o bien justificadas para esa aceptación o ese rechazo. En general, suelen ser “nimiedades” o “desencuentros” los que podrían “explicar” esa dúplice y opuesta percepción, positiva o negativa, hacia las personas que comparten nuestra existencia. Pero así somos, bastante complicados, en nuestra forma de ser y actuar.

Cuando te sientes “rechazado” por el entorno social buscamos motivos o cambios en nuestro comportamiento, a fin de borrar “esa posible mala imagen” que lógicamente a nadie le gusta sobrellevar. Pero las soluciones a ese rechazo por parte de algunos o de muchos no son fáciles de encontrar y aplicar. En este curioso contexto se inserta nuestra interesante historia de esta semana.

El personaje nuclear de este relato tenía por nombre HILARIO Cantalapiedra Capitán. 43 “primaveras”. Trabajaba desde hacía unos tres lustros en una funeraria, denominada “La Popular”, compaginando dicha necesaria y social labor con la cobranza personal de los recibos mensuales de El Ocaso, labor ésta que realizaba preferentemente durante las mañanas. Estas dos funciones laborales eran conocidas, lógicamente, por sus convecinos del barrio malacitano de Lagunillas. Y este conocimiento provocaba un cierto “recelo” o incluso rechazo, hacía este honrado trabajador. Entre los chascarrillos populares, muchos le llamaban “el funerario” y las chanzas llegaban hasta la cruda expresión de “el cobrador del infierno”. Realmente, su propio aspecto físico no ayudaba a borrar esos desafortunados apelativos, que tantos convecinos aplicaban. Era un hombre bien delgado, de mirada “penetrante”, con un gran bigote “a lo Rasputín” y una perilla en la barbilla, a lo Trotsky. Además, cuando abría su amplia boca, mostraba dos grandes incisivos, por lo que también era llamado “el vampiro”. Para colmo era usual que vistiera de negro, lo que tensionaba la visual de su tétrica y patética figura. La nula bondad de algunos, lo señalaban como “el enterrador”, cruel apelativo que mucho le dolía, pues entendía dicho vocablo con un sentido notoriamente peyorativo. En estos barrios populares de los cincuenta y sesenta, en el XX,  “todo” llegaba a oídos de todos.

Formaba matrimonio con CASILDA Narcea Rollán, una obesa esposa que trabajaba como dependienta en la panadería /pastelería La Española. Era mujer bastante golosa, por lo que su cuerpo iba progresivamente aumentando, sumando peligrosamente kilos. Cuando alcanzó los 85 kg. comenzaron a llegarle severos problemas de salud (azúcar, riñones, corazón, etc) por lo cual sus doctores le impusieron rígidos regímenes en la dieta, pero su gula incontenible le inducía al incumplimiento de esas normas en la ingesta, a pasar de los regaños de su marido Hilario. Incluso a nivel de barrio era llamada “la bomba”, “la bola”, “el tanque”. Pero la dulcera seguía comiendo incentivada por el apetitoso trabajo que desempeñaba. Así que un infortunado día, su estructura orgánica falló, dejando al pobre Hilario sumido en una triste y profunda soledad. El matrimonio no había gozado de la alegre y vital “visita de la cigüeña”.

Sobrellevando la muy dura desgracia, Hilario mantuvo sus hábitos laborales. Pero la ausencia de su Casilda potenciaba en el funerario esa percepción desalentadora del rechazo social, sin que hubiera realmente motivos para ello, como no fuera el necesario trabajo que desarrollaba. No tenía apenas amigos, por lo que, al terminar su jornada, también durante los fines de semana, la vida se le presentaba un tanto aburrida, desalentada, angustiosa. “Encendía” la radio, leía las páginas del diario Marca o acudía, de tarde en tarde y siempre en domingo, al cine, a fin de echar la tarde con algún programa doble en el Avenida o en el Capitol. Aunque también se desplazaba al Molinillo, a otro cine de barrio, como era del Duque. Carecía de otras aficiones y las “grandes” lecturas le cansaban la vista.

Pero la Providencia quiso cambiar en algo la vida de esta solitaria persona, que tampoco es que hiciera mucho por romper la injusta malla social que lo aislaba en su nublada y ocre privacidad. El origen de esta influencia transformadora iba a estar en una gran “revolución tecnológica” que llegaba a la sociedad española: el gran fenómeno audiovisual que suponía la televisión. En Málaga comenzaron a verse los primeros televisores, con sus emisiones correspondientes, a principios de 1961 (en la capital de España, unos cuatro o cinco años antes). Pero la gran mayoría de las familias humildes carecían de los medios económicos suficientes como para adquirir esos voluminosos aparatos, que emitían en blanco y negro, trayendo el “cine” a casa. Solo emitía una cadena, la nacional y “todopoderosa” Televisión Española, desde sus primeros estudios en el Paseo de la Habana madrileña.

El tener un televisor era “cosa” de ricos. Algunos bares y restaurantes invertían en la adquisición de uno de estos aparatos que generaban la admiración y el entusiasmo de niños, jóvenes y mayores, que contemplaban ¡extasiados” casi todo lo que “manaba” por la pequeña pantalla. Tanto en el barrio donde residía Hilario, como en la mayor parte de la superficie provincial, eran muy pocos, los que podían tener “el cine” en casa. Aquellas también voluminosas radios “de lámparas” (algunos tenían transistores de contrabando, por ejemplo, en calle Siete Revueltas …) seguían siendo las reinas de la distracciones y comunicaciones familiares. Toda la familia estaba atenta al  “parte” de las 22 horas, los capítulos de la novela por las tardes (destacaba la lacrimógena Ama Rosa) los alegres y muy sociológicos programas de discos dedicados (que sustentaban buenos ingresos para las respectivas emisoras del “Movimiento” por la publicidad que acarreaban). Y no podemos olvidar el Carrusel deportivo de los domingos por las tardes, emitido desde radio Madrid de la cadena SER, emisora de titularidad privada. 

El cura párroco del Santuario de Ntra. Sra. de la Victoria, el padre TEODORO tenía la muy aconsejable cualidad pastoral de conocer bien a sus feligreses. Por consiguiente, era consciente de la cerrazón social que muchos convecinos deparaban a la persona de Hilario Cantalapiedra, básicamente por los dos oficios que desempeñaba. Precisamente, en estos duros momentos en los que el cobrador del Ocaso había enviudado, el sacerdote entendía que ese rechazo era poco cristiano y nada fraternal, aunque también consideraba que este convecino tampoco había hecho mucho por integrarse social y afectivamente en el seno de la barriada donde residía. Así que una tarde, este buen párroco, ya con muchos años a sus espaldas y con la jubilación cercana (alcanzaba los 74 años) se llegó a la funeraria La Popular, con la intención de mantener un franco diálogo con su insigne y solitario feligrés.

“Hermano Hilario. Bien conoces que mi vocación y obligación, sustentada en la fe, me lleva a ser el “pastor” de toda la feligresía. No malinterpretes lo de “pastor”. Mi función es la de procurar que entre todos los convecinos reine la bondad, el amor y la mejor camaradería. Por supuesto que no se me oculta que somos personas, con defectos y debilidades. Conozco bien la realidad que te afecta. Sé que, desde hace años, los vecinos no te han abierto sus brazos en amistad como debían. Y todo, porque ejerces un digno y honrado trabajo, fundamental para el buen funcionamiento de la sociedad. Gracias a ti y a tus compañeros de trabajo, cuando llega el momento en que nuestras almas vayan a unirse con el creador, los cuerpos quedarán aquí en la tierra, Y es necesario hacer un buen uso de esos cuerpos que ya no tienen vida. Han de volver a la tierra, de donde partieron para la vida, mientras las almas comparten el reino celestial con el Salvador. Y ese necesario oficio no debe ser motivo, en ningún caso para establecer estúpidas, necias fronteras y recelos entre unos y otros.

Ahora que has enviudado, entiendo y comprendo que te sientas muy solo, precisamente cuando más se necesita el calor y la amistad de los vecinos. Hilario, tendrías que hacer algo, poner algo de tu parte, para conseguir que la vecindad se acercara más a ti y a esa hospitalidad que es tan necesaria para sobrellevar las dificultades de esta vida terrenal. Se me ha ocurrido una idea, que te la vengo a proponer, para ver qué te parece.

Ha llegado la televisión a Málaga. Pero vivimos en un barrio humilde, con mucha pobreza, lo que provoca que la mayoría de las familias no puedan adquirir un televisor para su sana distracción. Tú tienes una casa espaciosa, y sobre todo, con un gran patio, en su parte trasera. Allí, ahora que llega el buen tiempo, podrías poner un aparato de televisión e invitar a los convecinos para que te hicieran una grata compañía, disfrutando de algunos programas, durante las tardes o las noches, aprovechando fundamentalmente los fines de semana. Las obras de teatro que emiten, en el espacio de ESTUDIO 1 son muy distraídas y divertidas, Los programas infantiles, las películas que programa TVE, los concursos y los partidos de futbol que retransmiten, serían momentos muy apropiados para verlos en compañía de quien quisiera acudir a tu domicilio.

Si tienes algunos ahorros (la iglesia te podría también ayudar con la Obra Social) podrías intentar comprar un televisor. En Holanda Radio Luz tengo buenos conocimientos y amistades. Te pondrían un precio asequible e incluso te permitirían pagarlo en cómodos plazos. Me pongo en contacto con el encargado de los aparatos electrónicos, J. Téllez, y todo serían facilidades. Piénsatelo. TE montan la antena en un par de días y ahora que llega el buen tiempo primaveral, sacas el televisor a ese gran patio que tienes en tu casa. Y cuando pongan un programa interesante, abre las puertas de tu vida, para que esos aburridos vecinos te acompañen en la distracción. Ese primer día, yo me acercaría a tu domicilio para acompañaros. Y me acompañarían algunos vecinos. Es una buena oportunidad, Hilario, te lo aseguro”.

Don Teodoro tenía la bendita cualidad de hacer las cosas bien. Estaba convenciendo al cobrador del Ocaso de que aquel gesto podría reportarle muy buenos beneficios sociales. Efectivamente, en el comercio de la calle Granada, los encargados de Holanda Radio (tras la llamada del párroco) dieron las máximas facilidades para la venta de ese aparto Philips que Hilario compró muy ilusionado. Un martes se firmaron las letras y el jueves la antena y el televisor ya estaban debidamente instalados. Ese sábado de marzo retransmitían un Atlético de Madrid-Barcelona, desde el estadio Metropolitano, en la capital de España. El viernes por la mañana, Hilario puso un cartel en la puerta de su casa, cuyo texto decía:

MAÑANA SÁBADO, RETRANSMITEN POR TELEVISIÓN UN INTERESANTE PARTIDO DE LA LIGA DE FUTBOL: ATLÉTICO DE MADRID -BARCELONA. LOS VECINOS QUE LO DESEEN PUEDEN VERLO, VINIENDO AL PATIO DE MI CASA. NO HAY QUE PAGAR NADA.

Hizo lo mismo el domingo, para ofrecer ver la película que ponía TVE, en sesión de noche.

El primero que entró por la puerta de Hilario fue don Teodoro. Venía acompañado de seis feligreses del barrio, a los que se unieron durante el partido hasta nueve más. Y el domingo, para la película de la tarde, acudieron hasta treinta y un vecinos, que bien alegraron el gran patio del vecino que hasta ese momento habían rechazado, de una u otra forma. La alegría para poder disfrutar del televisor que Hilario les ofrecía, con tan divertidos e interesantes programas (como las obras de teatro, los resúmenes de los partidos del domingo, que emitían los lunes a las ocho de la tarde, los programas de variedades y concursos, etc.) se había generalizado por todo el populoso barrio victoriano.

Los “invitados” a la programación no acudían con las manos vacías. Traían bolsas de cacahuetes, pipas de girasol, algunos bizcochos, la muy apreciada tortilla de patatas. Tampoco faltaba la fuente de palomitas de maíz. Agua fresca, en aquellos búcaros de cerámica amarilla, que se agradecía en los días del terral.  Lógicamente, no había en casa del generoso anfitrión los suficientes asientos para tantos visitantes. Así que los ilusionados invitados traían sus propias banquetas, sillas plegables y también cualquier taburete donde poder sentarse. Don Teodoro que asistía a estos eventos (a pesar de que no le gustaba acostarse tarde, pues tenía por costumbre madrugar, para hacer sus oraciones y preparar la misa de las 8:30 de la mañana) llegó a contar un fin de semana hasta 78 visitantes, a ese patio que Hilario ofrecía para ver las emisiones de televisión.

De alguna forma, la actitud de la gente con el vecino “del televisor” fue gradualmente cambiando, aunque siempre había personas testarudas y recelosas, a causa del “oficio” que desempeñaba el vecino Cantalapiedra. Estos “rudos” feligreses no daban su brazo a torcer. Pero la habilidad del padre Teodoro iba dando sus buenos frutos para la mejor armonía social.

Al paso de los meses, el precio de los aparatos de televisión fue bajando y a modo de “hormiguitas” muchas familias iban ahorrando para llevar a su casa a ese gran adelanto “cinematográfico” de la década de los sesenta. Los tejados de las viviendas se fueron, poco a poco, poblando de esas grandes y destartaladas antenas que, a modo de “pararrayos”, traían las imágenes y la distracción a esos hogares que necesitaban un compañero audiovisual para la tradicional, y nunca olvidada, radiodifusión. También los bares, tabernas y restaurantes instalaban grandes monitores televisivos, a fin de atraer clientela, especialmente con la retransmisión de los partidos de fútbol.

El sustituto de don Teodoro, el padre Benigno, decidió instalar también un televisor en el muy amplio salón parroquia, a fin de atraer y controlar a la juventud del barrio de “desordenadas” diversiones para su salud espiritual y física. Todos estos factores fueron restando protagonismo a la opción del patio del vecino Hilario quien, aplicando una cierta inteligencia, fue cambiando su “look facial”, afeitándose el gran bigote que siempre había llevado y también la “intrigante” perilla en la parte inferior de su rostro. El color negro, tradicional de su vestimenta y que tanto imponía a sus convecinos, también fue cambiando por tonos más aclarados y alegres.

Hilario no supo o quiso rehacer su vida familiar o convivencial. Se sentía ya mayor para reiniciar aventuras amorosas, por lo que se prestó, con generoso sentido social, a prestar ayuda al nuevo cura de su parroquia, en el auxilio de las familias más necesitadas o con miembros enfermos. Hacía visitas a estas personas que afrontaban el dolor de la enfermedad, charlando con ellos, jugando algunas partidas de dominó e incluso compartiendo el café con algunos dulces que previamente había comprado en la confitería del Compás. Más adelante, los recibos mensuales familiares, como el del Ocaso, ya se pagaban directamente a través de la cartilla de ahorros bancaria, por lo que no tenía que ir de casa en casa, con esa frase de “el cobrador del Ocaso” que en modo alguno alegraba a quienes la escuchaban.

Cuando le llegó la hora de la jubilación, Hilario Cantalapiedra decidió vender el piso que había heredado de sus padres y en el que siempre había vivido. Con el dinero que consiguió con la transacción, se compró una pequeña y deteriorada casita en medio del campo, por la zona del Puerto de la Torre, alejada de la vorágine urbana. Allí se trasladó, una vez reformada la nueva vivienda, sintiéndose feliz por estar rodeado de pequeñas colinas y valles, denso arbolado y esos sonidos de las aves del campo que tanto sosiegan. Sólo abandona su nuevo habitáculo una vez a la semana, para ir a comprar al súper instalado en el centro de la barriada malacitana. También, de tarde en tarde, visitaba a don Benigno, pasando un buen rato de diálogo con este párroco que, al igual que el padre Teodoro, tanto bien aportaron a su vida.  

Esta sencilla historia debe hacer reflexionar a todos aquellos que aplican actitudes escasamente cristianas, irracionales y en nada fraternales, hacia personas que han de ejercer oficios y funciones, tal vez poco agradables, pero necesarias, para el buen funcionamiento de la estructura social. –

 

EL INSOLIDARIO

RECHAZO SOCIAL

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 23 febrero 2024

                                                                                Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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