viernes, 12 de diciembre de 2025

RECUERDOS PARA LA ETERNIDAD



MAURICIO Cañadas es un veterano maestro de enseñanza primaria, jubilado, que sigue añorando la convivencia con “sus niños” en el aula (los consideraba como “hijos”) quienes lo llamaban con esa hermosa palabra de “maestro”, aunque los más mayorcitos ya utilizaban el don Mauro, con respeto y afecto. 

Cuando despierta por las mañanas, siguiendo el tradicional horario escolar, imposible para él de olvidar, continúa con el ritual bien aprendido del aseo, el desayuno y la toma de las cada vez más numerosas pastillas farmacéuticas. Después se arregla con modestia, sin olvidar la gorrilla y las gafas para el sol. Antes de salir al diario paseo matinal, su mujer de toda la vida ELEONORA le hace algunos encargos del Mercadona. No quiere “estorbar” en las tareas del hogar que realiza su respetada esposa. 

Cada día suele elegir un itinerario distinto, en el laberinto urbano malacitano. Entre esos destinos para el paseo, prioriza aquellos espacios en donde encuentra vegetación, arbolado, sosiego, el frescor, los sonidos y la alegría del agua, con la percusión continua de su acústica en las fuentes, los estanques y en esos chorros que desde los grifos sacian la sed y estimulan la imaginación. Durante esos ratos para la tranquilidad para el cuerpo y el ánimo, observa, piensa, a veces lee y casi siempre escribe. Analiza en silencio el comportamiento de los viandantes, los amigos que intercambian las palabras, las madres que cuidan de sus retoños (especialmente por las tardes) alegres pequeños que van aprendiendo de la vida, con sus juegos y su sana e inocente espontaneidad.  

De una u otra forma llegan a su mente las añoradas imágenes de aquéllos que compartieron su vida, con sus diferentes grados de conocimiento y el valor inconmensurable de la amistad. Familiares, compañeros de colegio o trabajo, miembros de la vecindad, profesionales de toda naturaleza que trabajaban en el barrio y, sobre todo, aquéllos con los que tenía la inmensa suerte de poder llamarles verdaderos amigos, como elogio y como necesidad. Pero, es la ley de la existencia, la inmensa mayoría de esas afectivas personas ya no están. Y nadie sabe con certeza en dónde se puedan encontrar. No hay respuesta para tan críptico interrogante. Se lamentaba que “lo penoso es que eran referentes de mi vida y con ellos ya no puedo hablar, comentar, discutir, reír, compartir o caminar”. 

En esas diatribas se encontraba el bueno de Mauro, cuando tuvo una “luminosa” idea, para mantener los recuerdos que fluían de su memoria con intensa nostalgia y ansiedad. Se dijo a sí mismo “¿y cómo no voy a poder hablar con ellas, aunque sea para contarles lo de aquí y lo de allá? Comenzó entonces a diseñar un plan que al tiempo le divertía y compensaba las ausencias que su alma sentía. Se levantó de su asiento en el Parque y buscó un “chino” cercano, en donde poder comprar papel para escribir, sobres y también (en un estanco de la zona) sellos de correo para franquear los envíos. 


El “plan” consistía en escribir cada semana una larga carta, a una de esas personas que recordaba con nostalgia. Se comunicaría con ellos, como si aún estuvieran en esta vida. Este travieso juego le ayudaría a compensar la acre soledad que sufría ante tantas ausencias. Las detalladas cartas, acerca de cómo iba su vida, las echaría en el buzón. Como destinatario sólo podría el nombre y el oficio que ejercían sus antiguos amigos. Como remitente, sólo el nombre de Mauricio. Cada lunes introduciría una carta en el buzón de correos. ¿Pero a quién dirigía las sencillas y sentimentales misivas, que con tanto esmero se disponía a escribir?

Como antes se ha expresado, elegía a una persona concreta, que bien había conocido y tratado. Trato en ocasiones variable, pues somos humanos e imperfectos y en nosotros alternan los buenos momentos y los bajos estados del ánimo. Pero, con el paso del tiempo, todas esas sencillas vivencias se añoran con nostalgia y cariño. La ausencia de estos compañeros era muy dura de llevar, pero comprendía que era la ley de la vida. Todo lo que se inicia tiene un final y aunque nos duela hay que aceptarlo. Podría ser Manolo, el tendero, con su pequeña tienda en la que tenía casi de todo para la alimentación. También José, el panadero, que todos los días llegaba a la calle donde vivía con su gran moto y ese buen cargamento que llenaba una gran caja de madera adosada como paquete al vehículo que usaba para callejear por los barrios. En esa caja, cubierta con una recia lona beige, venían grandes panes de pueblo de recia corteza y masa amarilla, barras de Viena, teleras, violines, civiles, bollitos, roscas. Siempre los clientes le pedían que estuviera bien cocido y Pepe el panadero, con sus grandes manos hacía crujir el pan que entregaba como señal de su buen cocido. No olvidaba tampoco a la estanquera doña Enriqueta, quien además de vender los “Ideales”, los “Celtas”, los “Chester” los “Camel” etc. tenía los sellos de correo para franquear las cartas. La buena señora solía guardar algún paquetillo abierto de picadura y una caja de cerillas, para regalar pitillos a los convecinos que carecían de dinero para “tranquilizar su adicción. 

De esta manera, Mauricio escribía cada semana una larga carta, con parsimonia, cariño, dedicación y necesidad, como si estuviera hablando personalmente con el recordado destinatario. Pegaba en el sobre el correspondiente sello de franqueo y echaba la carta al buzón de correos, diciendo, con ilusión infantil y en voz baja “algún día me contestarás”. Pero la realidad es tozuda. Esa respuesta nunca llegaba. Y así iban pasando los meses y los días. 

En la estafeta de correos, donde clasificaban las cartas, este tipo de envíos, sin concretar el destino, se echaban en una caja de cartón que tenía una gran etiqueta que ponía SIN DATOS PARA LA ENTREGA. Un funcionario clasificador de correspondencia, llamado VENTURA Santillana, en los ratos libres iba reuniendo estas cartas que tenían el mismo formato y cuyo remitente era un desconocido Mauricio. Como eran sobres sin apellidos ni domicilios concretos, el veterano trabajador de correos podía abrir estos sobres y conocer sus contenidos. Se emocionaba leyendo esas comunicaciones, todas ellas llenas de cariño, nostalgia y franqueza en el remitente. Siempre el mismo. Como era persona laboriosa, fue acotando algunos datos que destacaban en los textos. A través de los mismos no tenía duda alguna de que el remitente y destinatario residían en Málaga. Con paciencia de detective, fue realizando una asombrosa tarea detectivesca para acercarse a la zona de la ciudad en donde podían estar estas personas. 

En unos días de vacaciones, después de haber leído y analizado unos quince sobres, tenía acotada la zona donde podían vivir estas personas (Manolo el de la tienda, Pepe el panadero, Enriqueta la estanquera, Julio el carbonero, Enrico el de los electrodomésticos, don Luis el practicante, etc. Pensaba, con el lógico fundamento derivados de los datos insertos en las cuartillas, en una localización en la zona del centro antiguo de la capital provincial. Plaza de los Santos Mártires Ciriaco y Paula, Comedias, Tejón y Rodríguez, Carretería, Nosquera, Mosquera, Andrés Pérez, Santa Lucía. 


Se desplazaba a esas calles, después del desayuno, tratando de entablar conversación con unos y otros comerciantes o profesionales de la zona. También lo hacía con los vecinos mayores, por si podían conocer algunos de los personajes a quien Mauricio había escrito. Buscando y buscando, siempre algo se encuentra. Habló con una persona bastante mayor, llamado JULIÁN, que tomaba el sol plácidamente en una cafetería bar, en la esquina de Mosquera. Había trabajado largos años como zapatero remendón, en un portal denominado EL GATO NEGRO, ubicado en la calle Méndez Núñez. Este agradable anciano dio la clave al voluntarioso investigador Ventura.

“No tengo duda. Me está hablando de Mauricio Cañadas Cabrillana, que ha sido maestro de escuela. Yo fui compañero suyo allá por los sesenta. Íbamos al Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Le perdí la pista cuando salimos del Instituto Ntra. Sra. de la Victoria. Mire, amigo Ventura, yo he sido barbero, aunque al final acabé en un trabajo más tranquilo, como portero del Málaga Cinema. A Mauricio hace décadas que no lo veo, porque dejó de vivir en esta zona de Málaga y no tengo idea en donde pueda residir en este momento. Me gustaría verlo y darle un abrazo. Me parece recordar… que un vecino me comentó hace años que Mauro vivía por el barrio de Martiricos”.  

Los dos nuevos amigos, 58 Ventura, 76 Julián, acordaron verse una vez a la semana. Se pasaron los teléfonos, para compartir los datos que pudieran ir conociendo. Preguntando y preguntando “se llega a Roma”. A final dieron con el “ansiado” Mauricio. La alegría emocional fue inenarrable. 

j“Amigos míos, llevo mal el paso de los años, no sólo por los achaques físicos que soporto, sino sobre todo por echar tanto de menos a muchas de las personas que conocí, valoré. Pero hoy ya no están. Son como las flores que, tras marchitarse, caen al suelo y ya nunca más pueden volver a lucir su mágica belleza, con ese aroma inolvidable a tierra mojada y a hierba fresca. Les escribí con cariño y añoranza, desde aquí, a donde mejor podrán estar. Pero así es la vida. Vivimos y “nos vamos”. Valoro mucho todo el esfuerzo que habéis realizado para localizarme. Es un gran tesoro poder recuperar la antigua amistad con Julián y asombrarme de la capacidad investigativa del buen Ventura”. 

Desde aquel feliz día, los tres amigos salen algunas tardes, para pasear hablar, pensar y merendar. Otros ya se “fueron” pero permanecen en sus memorias, en sus nostalgias y afectos. Mauricio ya no les escribe cartas. Hoy tiene dos buenos amigos, con los que conversar y compartir soledades a través del mapa poliédrico de la gran ciudad. Juntos se sienten más fuertes y caminan trazando hermosas sendas ante el misterioso día que inevitablemente les habrá de llegar. – 

 

 

RECUERDOS

PARA LA ETERNIDAD

 

 

                        José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMIS

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. MálagaViernes 12 diciembre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 5 de diciembre de 2025

LÚCIDA DECISION EN TEMPORADA BAJA

 


Hay dos tipos de zonas turísticas básicas. Aquella en la que se dispone de un tiempo meteorológico agradable, con playas y abundante sol. Y también, la zona de alta montaña, con el incentivo de la nieve para los deportistas del del skí. Durante el verano, la primera de las zonas aludidas está densamente poblada, mientras que las estaciones invernales están en temporada baja, su ocupación es bastante reducida, sólo turistas que desean alejarse del calor tórrido de julio y agosto. Durante los meses invernales la situación turística es la contraria. La temporada baja estará en las zonas playeras. La acción de nuestra historia se desarrolla en una estación de nieve durante los meses del verano.

Era un actor español, reconocido por su buen trabajo ante las cámaras cinematográficas. Pero CAMILO BUENDÍAno era una gran estrella de las pantallas, pero pertenecía al grupo de actores de reparto, aunque normalmente era llamado por los productores, debido a la calidad de su trabajo. Una edad intermedia, 49, apropiada para interpretar muy diversos papeles, defendiéndose bien en la comedia o en los argumentos dramáticos. El tipo de actor que nunca había logrado alcanzar el “papelón de su vida”, pero que como secundario trabajaba con gran destreza y dignidad. 

Sin embargo, formando parte del elenco artístico de una película, adaptación de una novela finalista en el Premio Planeta, la crítica especializada fue bastante severa con el trabajo global realizado. Los intérpretes fueron también señalados en esa inadecuada adaptación de la afamada novela. Para Camilo era su séptima película y el golpe anímico fue bastante importante, en una persona que había llegado al cine a una edad algo avanzada en comparación con otros actores. Su primera intervención ante las cámaras fue a los 41 años, habiendo sido antes actor de teatro, tarea que intercalaba con la de escritor de cuentos para adultos, como simple afición. 

Después del “batacazo” crítico de su séptima participación cinematográfica, tomó la decisión de “aislarse” durante algún tiempo, tal vez semanas, en algún paraje donde pudiera recuperar el sosiego y la fuerza vital para seguir luchando por su tiempo. Quería pensar, reflexionar y reconducir su vida. Sentía un cierto pesar en que siempre lo habían llamado directores noveles o sin una amplia trayectoria tras las cámaras. Lógicamente, los emolumentos que recibía por su participación en esos filmes no podían ser elevados y no le abandonaba la ilusión que alguna vez lo “reclamasen” directores de la talla de un Almodóvar, Amenábar, Isabel Coixet, Bayona, Itziar Bollain, Querejeta etc. 

Camilo tenía que descansar, porque la preparación y participación, aun como secundario, lo dejaba bastante agotado. Era verano, el calor apretaba en la mayoría de las ciudades hispanas y tampoco se animaba para viajar al extranjero. Un día se dirigió a una agencia de viajes, donde trabajaba el amigo Irineo, antiguo compañero de estudios. Éste, después de escucharle con la cordialidad y amistad que le deparaba, le recomendó que buscara un sitio en donde relajarse de sus ansiedades y “dolores de cabeza”. 

“Te busco un buen apartamento en Sierra Nevada, ahora que están en temporada baja y tienen precios verdaderamente interesantes. Te trasladas allí para disfrutar de bellísimos y tranquilos parajes, durante un par de semanas o el tiempo que necesites para tu recuperación. Practicas un poico de senderismo, visitas algunos pueblos de la zona granadina y, es importantes, no sufres del agobio del calor. Tendrás todo el tiempo del mundo para escribir, ya que me dices te agradaría elaborar un buen guion para ser llevado a la gran pantalla. Te alquilas una bici y a recorrer caminos, sin el peligro del tráfico urbano. En Pradollano hay restaurantes que permanecen abiertos, en donde puedes consumir la comida que te apetezca. Venga, ¡anímate!”

Le consiguió un cómodo y gran apartamento en el edificio Enebro, en pleno centro de Pradollano para ocuparlo durante tres semanas, en pleno y tórrido agosto, aunque ese plazo podría prorrogarse.  Camilo necesitaba esa “cálida” soledad que dan las cumbres y laderas del paisaje idílico de la Sierra de Granada. Necesitaba pensar, respirar y beber el agua pura de la sierra, escribir, caminar y soñar por las cumbres yermas de nieve, pero con una confortable temperatura de 17-21 grados en el centro del día, cuando en la propia capital nazarí los grados se acercaban a los treinta y tantos o incluso cuarenta. 

Dejó su apartamento en Recoletos y condujo su Peugeot hasta Granada. En la circunvalación de la ciudad tomó la dirección a la Sierra. Ya en Pradollano, la agencia Todosierra le facilitó la llave del apartamento, pudiendo utilizar también una plaza de aparcamiento bajo ese conjunto de edificios. ¿Cuál fue su primera impresión, al llegar a tan idílico lugar? La estación invernal se encontraba casi vacía. Unos restaurantes abiertos, también el pequeño, pero bien dotado de mercancías, súper que le habían recomendado, mientras el resto de los comercios y bares estaban casi todos cerrados. El paisaje resultaba encantador, mostrando las numerosas altas sierras de la cordillera Penibéticas sin un gramo de nieve, pero con una temperatura ideal para desarrollar amplias caminatas por los numerosos senderos abarrancados, relativamente próximos a la estación deportiva. 

El interior de su apartamento estaba muy bien amueblado. Era espacioso y no le faltaba electrodomésticos ni otras comodidades. Además del dormitorio, tenía varias camas supletorias, que serían utilizadas cuando algún grupo de esquiadores utilizara esas habitaciones en las que abundaba la madera. A Camilo siempre le había gustado cocinar. Lo hacía en Madrid y ahora también lo practicaría en esas bellas cumbres más cerca del cielo. 

Paseando por las calles, prácticamente vacías (sólo se encontró con algunas familias que huían del calor granadino y algunos turistas que utilizaban uno de las telecabinas que seguía funcionando en verano, para subirlos a fascinantes parajes de las elevadas cumbres, por encima de los 2000 y 3000 metros de altitud) observó, en algunos escaparates de tiendas dedicadas a la venta de productos para la nieve, algunas grandes litografías de las sierras circundantes, completamente cubiertas de un manto blanco de generosa nieve, con los valientes esquiadores que por sus laderas se deslizaban. 

Una mañana se fue caminando hacia un interesante paraje, FUENTE NUEVA, “decorado” con una impresionante masa forestal de pinos silvestres. Fuentes naturales en donde seguía manando esa agua pura y fresquita de la hídrica sierra, y unas construcciones etnográficas, en donde la piedra, la madera y el denso ramaje conformaban las viviendas rurales de otros tiempos en la memoria.  Allí mismo se sintió motivado y sacando su libreta y bolígrafo de la mochila, comenzó a trazar líneas de palabras, con la creatividad que tanto había añorado, tras el desaire popular hacia la última película en la que había intervenido. Había sido precavido, por lo que contaba con su cantimplora (previamente llenada en una de las fuentes naturales) y un bocadillo bien relleno de sano combustible para el gasto de calorías. Una jugosa manzana sirvió de apetitoso postre parea convivir con tan espléndida naturaleza. Un matrimonio de turistas, de veterana edad, se le acercaron y, con la cámara en mano, bastones y mochilas, “please, ¿we could take him a pair of photos? Thanks you”. Les había motivado, sin duda, ver al caminante que escribía, allí solo, sentado ante una gran mesa de madera, alguna curiosa historia en su poblada libreta.

Otro día cambiaba de escenario y de desplazaba al CENTRO DE VISITANTES, en donde también podía echar un buen rato escribiendo. No se iba de ese instructivo lugar sin comprar algún material de la zona, como la miel, los panes de higos, queso o el sabroso y aromático chocolate. También visitaba, en sus ratos senderistas, el monumento de la VIRGEN DE LAS NIEVES, el agreste paraje de la FUENTE ALTA y, por supuesto el extenso y bien organizado JARDÍN BOTÁNICO DE SIERRA NEVADA, HOYA DE LA PEDRAZA, agradeciendo llenar su cantimplora de agua fresca y pura en la FUENTE DE DON MANUEL, en aquellos inolvidables parajes. Lógicamente, cuando llegaba el fin de semana, subían más visitantes a la Sierra, para disfrutar del buen tiempo en la estación invernal en pleno verano. Los atardeceres y amaneceres le parecían sublimes, bajo esa realidad del PICO VELETA, que le indicaba caminos para “navegar” sobre la nieve ausente. 

Una simpática experiencia, cuando hacía descansos en sus narrativas, era los encuentros espontáneos que tenía con unas grandes vacas muy lustrosas, cuya piel era de color beige anaranjado, que pastaban tranquilamente por los parajes de la Sierra, muy cerca de Pradollano. Las vacas mugían y se desplazaban con sosiego, subiendo y bajando por las laderas pedregosas con asombrosa agilidad. Buscaban las hierbas de la montaña, que unos meses más adelante, a partir de noviembre/diciembre, quedarían cubiertas con la nieve y el hielo inmaculado que utilizaban los esquiadores para deslizarse en su arriesgado deporte invernal. 

Así, durante días y semanas, Camilo se iba encontrando consigo mismo, en este gran señorío de la Sierra nevada, en temporada baja. Tuvo la suerte de hacerse amigo de un veterano pastor, llamado CECILIO, quien, con el zurrón al hombro, la vara o cayada de caminante y su perro “sultán” controlaba a una piara de cabras, que le proporcionaban buena leche, para hacer quesos fundamentalmente. Las conversaciones con Cecilio le resultaban muy agradables, por la sencillez natural de una persona que siempre había vivido en la naturaleza y con sus cabras, reconociendo que no había tenido oportunidad de estudiar, pues desde adolescente su padre lo puso a desarrollar el oficio que le ha permitido “ganarse el sustento”. Pero gozaba de esa sabiduría natural que se adquiere caminando con sencillez y humildad por la vida. El fornido y veterano pastor le enseñó la propiedad medicinal de algunas plantas, para curar o sanar las dolencias. También le confió que estaba emparejado con una mujer rusa, mucho más joven que él, llamada TATIANA, quien había decidido cambiar drásticamente de vida, ante la tensión política y social del pueblo en que vivía, eligiendo a España y en ella a Granada. La conoció cuando un día bajó a una visita médica y la encontró en el Paseo de la Carrera de la Virgen, tratando de vender algunas labores artesanas elaboradas con piel e hilos de algodón que ella misma preparaba. Ella le pidió, tras una breve conversación, si le podía ayudar para vivir en un mayor contacto con la mágica naturaleza que representaba Sierra Nevada. La singular pareja convive en la pequeña casita de madera y piedra donde Cecilio nació. Tatiana cuida con esmero a la madre de su marido, una señora muy mayor, que se siente feliz con la presencia de una buena mujer que acompaña a su hijo y mantiene ordenada y limpia ese hogar que tanto ella anhelaba.


 

Las tres semanas previstas se convirtieron en dos meses, a través de los cuales el Camilo actor se había transformado en el Camilo escritor. Volvió a la capital madrileña en el otoño, tras su saludable terapia en la sierra granadina, habiendo recuperado el buen y dispuesto a luchar para reconducir su camino en la vida. Llevaba “bajo el brazo” decenas de folios, con interesantes historias que podían ser útiles para elaborar curiosos y novedosos guiones. Programó una serie de visitas a productoras cinematográficas. Para su sorpresa, algunas de estas empresas le llamaron, con el objeto de concertar nuevas entrevistas. Al parecer les había interesado los materiales que Camilo les había propuesto. 

Una de estas productoras, propiedad del empresario Marcos Lama, le ofreció integrarse en su equipo de guionistas cinematográficos. Al menos tenía un sueldo mensual asegurado y trabajaba en una tarea que le agradaba desde su juventud. Pensaba, con agradecida nostalgia, su experiencia veraniega en Sierra Nevada “sin nieve”, cuando el vacío que sentía en su actividad como actor secundario y también el vacío numérico de personas, en un fascinante paisaje de montaña, estación invernal en temporada baja, desarrollaron esa potencialidad creativa que ahora le reporta esperanzadores caminos para su expresividad artística. -

 


LUCIDA DECISIÓN EN TEMPORADA BAJA

 

 

                     José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

 Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga        Viernes 05 diciembre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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jueves, 27 de noviembre de 2025

UNA MAÑANA ENTRE FLORES

 


Era un soleado domingo de primavera. La familia Cerrada-Carretilla, integrada por don ZOIDO Y doña CONSTANZA, deseaban aprovechar bien la luminosa mañana dominical, junto a sus hijos JAIMITO, BERTIN y CLAMIA, 10, 8 y 6 años. El padre se autocalificaba profesionalmente como agente comercial colegiado, aunque con lo que realmente ganaba el sustento era actuando como intermediario, entre las personas que querían comprar, vender o alquilar una propiedad residencial. Colaboraba, buscando clientes, con la Inmobiliaria PARASOL, a la que cargaba porcentajes de ganancia por sus hábiles e interesantes gestiones, que le permitían vivir sin estrecheces e incluso poder gozar de una o dos semanas de relajante turismo, preferentemente insular.

En principio sopesaron echar una mañana de playa, inaugurando la temporada, pero el fuerte viento de levante les aconsejó posponer la propuesta para otro domingo. Este día de fiesta tampoco “abría” el IKEA, “tabla de salvación” para familias aburridas, que tienen dificultad para encontrar distracción. Tampoco era factible una salida senderista, pues a doña Constanza sus problemas óseos le producían rozaduras y dolores, cuando la caminata era de mediana o larga distancia y el sol castigaba con generosidad. Entonces don Zoido sugirió una “vegetativa” opción, que exigía un limitado o razonable esfuerzo al margen de contingencias imprevistas.  

“¿Y por qué no ocupar la mañana visitando un vivero de plantas? Me han hablado muy bien de uno que está instalado en el pueblo cercano de ALHAURIN EL GRANDE. Me comenta mi amigo Ambrosio que ocupa una gran extensión de terreno, con diversos patios dedicados al cultivo y venta de preciosas plantas, tanto de interior como de exterior. No faltan tampoco los árboles frutales. Hay piezas de adorno para jardines, terrazas y lugares emblemáticos de los domicilios. Todo ello montado con un estilo moderno, profesional y verdaderamente espectacular. Las bien organizadas instalaciones, permitan a los visitantes llegar hasta la puerta con su automóvil. La empresa ofrece con servicios complementarios, como restaurante, bar, panadería, confitería y objetos de regalo. En resumidas cuentas, dice que es el mejor criadero vegetal de Málaga y de otras muchas capitales de provincia. Se denomina VIVEROS GUZMÁN. Lleva funcionando hace muchos años, por lo que han ido aplicando reformas y comodidades, como un suelo bastante cómodo para el paseo y el goce de todo un paraíso vegetal”.

Tras esta muy documentada exposición del “cabeza de familia”, la familia Cerrada-Carretilla tomaron el desayuno, “arreglándose” después con el fin de no “desentonar”, pues era domingo, el día en la gente bien cuida su vestimenta con decoro, vayan a donde vayan. 

Una vez que don Zoido, doña Constanza y sus tres hijos llegaron al gran vivero, comprobaron (eran las 10:45) que ya no era fácil aparcar en la zona acotada para los vehículos. Estaban prácticamente todas las plazas ocupadas y no era cosa de dejar el coche cortando la salida de otros vehículos. Entonces Zoido, como todos los conductores que seguían llegando, tomó el camino hacia arriba de la carreterita, ya que los coches se iban estacionando en la cuneta de la no ancha calzada, ocupando lógicamente parte de la misma. Ya, en una curva, pudo encontrar un hueco en el arcén. Pero al bajar del vehículo tomaron conciencia de que tenían que hacer un largo paseo hasta alcanza la puerta de entrada al recinto. De inmediato doña Constanza puso el grito en el cielo, al ver la distancia que los separaba del vivero. La caminata iba a llevar sus minutos, especialmente con personas de mediana edad que no están habituadas al senderismo. Hacía calor y los perfumen que se habían echado se volatizaron de inmediato. 

Al fin alcanzaron la señorial entrada, entre resoplido y resoplido. La imagen que tenían ante su vista era verdaderamente espectacular.  Numerosos grandes patios, unos totalmente abiertos, mientras otros estaban techados y dedicados a las plantas de interior. La decoración elegante y bien pensada. No sólo se exponían miles de macetas y macetones, sino también figuras para adornar los jardines y el interior de las grandes mansiones, con los más diversos y divertidos motivos.

Como era domingo, habían acudido una gran cantidad de visitantes (lo indicaba los vehículos bien o mal aparcados). Muchos de los clientes habían cogido carritos metálicos, que se encontraban en la entrada del complejo floral, con el buen sentido de poder echar en los mismos las macetas y macetones que iban eligiendo, aunque otros se “hacían los fuertes” llevando en sus brazos las unidades florales que iban eligiendo para su compra, A tenor de sus rostros, el peso de las macetas era elevado. 

Doña Constanza comenzó a quejarse de sus pies, a consecuencia del mucho caminar y no llevar los zapatos adecuados. Los tres niños corrían de aquí para allá, divertidos y contentos, pues imaginaban estar en una gran selva, con “millones” de flores a cuál más bella. A medida que iban recorriendo el inmenso espacio se iban escuchando entre las distintas familias diversos comentarios acerca de sus sensaciones: 

“Esto es grandísimo, Para verlo todo bien acabas agotada. Me he equivocado en no coger un carrito. Llevo más de una hora con los dos macetones en los brazos y ya me están entrando unas agujetas que no te quiero decir ¿Tú crees que esta gran maceta quedará bien entre el tresillo y la mesa blanca lacada del salón? Vamos a buscar la confitería, que he visto a varias personas que en vez de flores llevan unos papelones de dulces, para ponerse como el kiko. Ten mucho cuidado con las plantas que eliges. Esas macetas están regadas por unas sustancias que días después, cuando las tienes en casa comienzan a languidecer, a marchitarse o incluso a secarse. En casa no tenemos esos “polvos” mágicos que se los preparan en los laboratorios. Por favor, me he perdido con todas las vueltas que dado. Me puede indicar cómo se llega a la puerta de salida. Habrá que llevar algunos regalos para la familia, pues ayer les comenté que hoy veníamos al mejor vivero de Málaga”.

Jaimito, Bertín y Clamia, en distintos momentos repetían esa frase tan familiar y entrañable en todas las familias con niños pequeños. “Mami, papi, tengo hambre”. 

Otro de los momentos destacada de la mañana dominical fue cuando doña Constanza se acercó a uno de los operarios que, con su uniforme color verde, se paseaban dando la imagen de plena actividad. “Por favor, joven, ¿le importaría dedicarme unos minutos, para que me explicara cómo se debe cuidar esta planta tan bonita y delicada? No le eche mucha agua, sólo cuando vea que la necesita. Tenemos unos medidores para comprobar el grado de humedad, introduciéndolos en la tierra. Se venden en la caja de la entrada al precio de 7 euros. La vida útil de cada medidor son unos diez usos, Después ya van perdiendo vitalidad o eficacia. Cada quince días esta planta necesita un aporte de nitrato, fosfato y calcio. Para ello tenemos unos botes combinados, que puede dar para unos 20 usos, utilizando la medida del tapón. Cuestan 15 euros la unidad. Hay otro bote, muy conveniente, que favorece la generación de bacterias orgánicas que duplican la vida de la planta. Este bote “restaurador” tiene un precio de 12 euros. Lo aplica en seis usos quincenales, durante tres meses. Don Zoido iba pagando y echando en una bolsa de plástico todos los botes que su señora, muy convencida de la explicación del operario, llamado Valeriano centella, le iba mostrando. La tarjeta bancaria del marido estaba en continuo uso. Zoido suspiraba para que el técnico biológico se callara de una vez y no sacara más botes de una estantería que parecía la de una botica.   

Sobre las 12:45, a fin de que los niños se callaran, sus padres los llevaron al bar /restaurante para comprarles sendas hamburguesas y los refrescos correspondientes. Don Zoido resoplaba, pues iba arrastrando por superficies horizontales e inclinadas, dos grandes macetones, cuatro macetas más pequeñas para regalar y el gran lote de productos que el técnico fitosanitario les había encarecido comprar. Si querían prolongar la vida de las plantas que llevaban. 

Ya sobre las 14 h. con la desesperación propia en el rostro del agente comercial, bien entrado en carnes, debido al cargamento de portaba en el carrito, cuando ya enfilaban la salida los niños se pusieron muy pesados porque querían llevarse una conejita de cerámica, para ponerlo en la terraza del piso juntos a las demás macetas. Tanto insistieron que Zoido tuvo que hacer el recorrido inverso dejando el pesado carro en la caja de pago, hasta llegar al conejo, La figura tenía un tamaño real, pero pesaba lo que no estaba escrito. Era cerámica casi maciza. A la coneja, los niños ya le habían puesto el nombre de Lucy. 

Una vez pagada toda la mercancía, había que llevarla al coche. Entonces el muy cansado Zoido se encamino por el borde la carretera hasta donde estaba “mal” aparcado su vehículo, para traerlo hasta la entrada del recinto y cargar las macetas y macetones, los productos químicos y por supuesta a la coneja Lucy. Un supuesto vigilante se le acerca y le pone la mano “por haber cuidado del coche en su ausencia”. El ya superado agente comercial, no quiere más problemas y entrega el euro correspondiente que el joven se guarda con presteza en el bolsillo.

 

La familia Cerrada Carretilla por fin abandonaron el afamado vivero, con todo el material acomodado en el maletero e incluso dentro del vehículo, compartiendo el asiento trasero con los niños pequeños que juguetean de continuo con las ramas de uno de los macetones.  Tomaron el camino hacia Alhaurín, pero en las ventas del pueblo no quedaban mesas libres a esa hora del almuerzo: no habían reservado el almuerzo en un día de tan elevada clientela como era el dominical. Encontraron el oxígeno alimentario en un Mac Donald en la zona de Ikea. Allí consumieron felices los menús de esta potente multinacional de comida rápida. 

Sobre las 16:30, después de una jornada floral tan intensa, grata y esforzada, Zoido se dispuso a subir los macetones desde el garaje del bloque a la ubicación del ascensor. Eran bastantes los escalones hasta el ascensor. Pero tuvo la suerte de encontrarse a Damián, el hijo de Wenceslao, policía local, para que le ayudara en la labor. Los kilos que sobraban en su cuerpo dificultaban el esfuerzo de mover la flora que habían comprado. Los niños iban encantados con Lucy, la coneja de cerámica. Pero como ocurre con muchos críos, pronto se cansaron de jugar con la linda figura de color blanco, cuyo coste había sido de 26 euros. Doña Constanza la colocó en una esquina de la terraza, mientras hacía cábalas acerca de la mejor situación de los macetones. 

Don Zoilo fue a echarse una siesta, pues se sentía cansado de todo el trajín floral que había vivido. Antes de hacerlo, buscó en Netflix una película apropiada para que los pequeños pasaran la tarde. Doña Constanza llamó por teléfono a su amiga de la infancia Dorita, para contarle como habían aprovechado ese domingo en familia. Un día en la vida de los Cerrada -Carretilla. – 

 

UNA MAÑANA

ENTRE FLORES

 

 

                  José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

 Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 28 noviembre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 21 de noviembre de 2025

ALGUIEN LLAMA A LA PUERTA

 


En el siglo pasado, la llegada del cartero para entregar un telegrama sembraba inquietud y nerviosismo a quien lo recibía. Al abrir el sobre o el impreso, leyendo de inmediato su contenido, la preocupación se incrementaba o sosegaba, según fuese la naturaleza del comunicado. En la actualidad, el sistema de telegramas ha quedado obsoleto, con la versatilidad e inmediatez de las comunicaciones por el móvil u ordenador. Sin embargo, cuando suena el teléfono, sea fijo o móvil, la inquietud vuelve a generarse, sobre todo cuando la llamada es realizada a “deshora”, más o menos a partir de las 22 o 23 horas del día o en horas de madrugada. Lo mismo que comentamos del teléfono, podemos trasladarlo al timbre de la puerta, especialmente en horas concretas del día. Esta situación nos obliga a mirar por la “mirilla de la puerta y si no reconocemos a quien ha pulsado el timbre dudamos en abrirle o preguntamos, a viva voz, ¡Quién es! ¿Qué desea? Una tercera posibilidad es no abrir, para mayor seguridad. En este contexto se inserta nuestro relato semanal de los viernes. 

EUSEBIO Lapresa, 46, técnico electricista de la empresa de multiservicios LA PUNTUAL, separado de su mujer CLAUDINA desde hacía más de dos años, por incompatibilidad de caracteres, con régimen de visitas quincenales para los dos hijos desde el mediodía del sábado hasta la cena del domingo, es uno de los protagonistas de nuestra historia. 

Eran las quince horas de un miércoles, cuando ya había quitado la mesa del almuerzo que se había preparado. Esa tarde tenía turno libre, ya que muchos sábados tenía que trabajar, para atender servicios urgentes. Se sentó en su sillón favorito, a fin de ojear las páginas del diario deportivo AS, ya que era un gran “futbolero” desde su adolescencia. El apartamento amueblado que habitaba era alquilado, cerca del Hospital General de Málaga, en el Camino de Antequera. Como era frecuente que le ocurriera, cuando llevaba unos 10 minutos de lectura, el sopor de la digestión lo dominaba y caía dormido en un profundo sueño. Precisamente esa mañana había realizado cinco servicios, alguno de cierta complejidad. En esa siesta se encontraba, cuando le despertó sobresaltado el timbre de la puerta.  Miró su entrañable reloj y comprobó que las manecillas marcaban las 15:35 ¿Quién podría ser el que llamaba a esa hora habitual para el descanso?

Dejó pasar unos segundos, por si pudiera ser un equívoco, ya que el bloque era de muchos vecinos y él se trataba sólo con los más cercanos a su vivienda. Pero el timbre volvió a sonar. Se acercó a la puerta y con las limitaciones que tienen casi todas las mirillas electrónicas vio a un hombre que aparentaba una mediana edad, quien habiendo escuchado los pasos del interior del domicilio presentaba en sus manos un cartón en el que se leía, con letras mayúsculas: POR FAVOR, NECESITO AYUDA, SOY HOMBRE DE BIEN. Dudó otros segundos. La vena de la misericordia pudo más en él que la precaución ante un desconocido. Además, como esa tarde no trabajaba, abrió la puerta a ver qué le narraba el solicitante. 

Ante él aparecía un hombre modestamente vestido, con apariencia alrededor de los 50. Enjuto de cuerpo, mostraba una avanzada caída del cabello clareado por las canas. Ojos tristes, boca pequeña, llevando una chaqueta beige de mezclilla, un tanto raída por el uso, pantalones de pana y calzando unas playeras deportivas también muy gastadas. 

“Dios santo pagará su caridad, hermano. Mi nombre es JACINTO Menéndez. Soy un pobre hombre, en el que se han centrado todas las desgracias. Mi mujer me dejó, yéndose con un fulano con dinero de dudosa procedencia. AURORA no le agradaban los hijos, porque amaba la libertad. Se me fue con todos los ahorros que había juntado por meses en una alcancía, pues necesitaba comprarme una moto para mejor trabajar de paquetero. Nunca he tenido vehículo, sólo una bicicleta que pude comprar a un chatarrero. Y como las desgracias nunca vienen solas, el tablao flamenco, donde me ganaba unas pesetas de palmero, llamado LAS CASTAÑUELAS, echó el cierre. El dueño, un “maricón” de mala vida, ahogó el negocio con sus vicios. No me quedó desempleo, pues Aquiles no me había dado de alta. Voy rogando la caridad de puerta en puerta. No pido dinero, sólo algo de comer para llenar el estómago. Vivo con mi madre ENRIQUETA, una persona muy mayor, que tiene una pensión “de pobre”, ya que su pareja, mi padre, era otra cabeza loca, un “putero” que pegaba a las mujeres para sacarles pasta. Solo le pido, por dios, un trozo de pan y no le molesto más. Tiene Vd. cara de tener un buen corazón”. 

Eusebio sintió pena de una pobre persona, convincente en su mala suerte. Un desgraciado de la vida. Aquel día se había preparado unas lentejas, con chorizo y patatas. Como la olla era grande, la estaba enfriando para hacer un par de tuppers y congelarlos para otros días. “Pase Vd. Jacinto, que un plato de comida no se le niega a un hermano de la vida”. Entonces el pedigüeño, con su cartel bajo el brazo, tomó asiento junto a la mesa de la cocina. Eusebio calentó un plato de lentejas en el microondas. Era evidente el hambre que tenía el necesitado, pues las lentejas y la media telera que le puso junto al plato todo fue consumido en un “abrir y cerrar los ojos”. Le ofreció también una media botella de vino blanco que tenía en la cocina, por si quería echarse un vaso. El contenido de la botella sació la sed del hambriento comensal. No faltó una naranja para el postre e incluso le ofreció si deseaba tomar café. El modesto palmero de Las Castañuelas no cesaba de dar las gracias, ante el generoso trato que estaba recibiendo. 

“¿No le importaría a su caridad que le llevara el resto de las sabrosas lentejas a mi pobrecita madre que con lo que entra en casa se nos va para pagar el alquiler?”. Eusebio preparó un tupper de plástico, que lo llenó de lentejas para la madre de Jacinto. Ya que hacía la caridad, había que completarla bien. 

Lo cierto es que ambos nuevos conocidos, Eusebio necesitado de la habitual siesta y Jacinto bien animado con el medio litro de blanco que se había tomado, se quedaron somnolientos y dormidos plácidamente. El primero en el sofá y el visitante en uno de los sillones del tresillo. Formaban una bella página de fraternidad y caridad. 

Cuando Eusebio se despertó, vio que Jacinto permanecía sentado y sonriente en el sillón. “No me he marchado, porque lo veía tan dormido que me daba “apresión” despertarle. Quería despedirme besándole la mano, porque Vd. es un ángel en la tierra”. Entonces tomó la mano de su benefactor y la besó con profusión, ante el “sofoco” del técnico electricista por esas muestras exageradas de agradecimiento que su mano recibía. De inmediato preparó una bolsa, en la que introdujo el tupper de lentejas, añadiendo una media telera de pan y un par de manzanas para la señora Enriqueta. 

Acompañó al pobre J acinto hasta la puerta y tras darse otro abrazo le puso en la mano un billete de 20 euros. “Don Eusebio, es Vd. la caridad en persona. Si alguna vez pasa por la zona en donde vivo, LOS PALOMARES. Cerca de la Cruz de Humilladero, no deje de preguntar por mí. Seguro que será tratado como un gran señor, que de verdad lo es”. 

Eusebio quedó feliz, tomando conciencia de haber realizado una buena acción. Recordaba las palabras de su padre ERUNDINO. “La caridad no hay que decirla, sino hacerla”. Se sentía el hombre más satisfecho y benefactor posible, por haber aliviado las desgracias de un pobre hombre. 

Pensó en que tenía que dar el paseo de la tarde, que hoy lo haría por la zona del puerto. Al volver pasaría por Martínez Maldonado y compraría algunas cosas en el Mercadona. Antes de salir, quiso darse una ducha, pues la mañana había sido laboriosa en el trabajo. Al entrar en el cuarto de baño hizo el gesto usual de quitarse el reloj de pulsera, muy valioso por sus apliques de oro y que había heredado de su padre. Para su sorpresa, vio que no lo llevaba puesto. Rebuscó por toda la casa, pero el reloj había desaparecido. Estuvo haciendo memoria y recordó que la última vez que lo vio fue cuando se despertó de la siesta y miró la hora: 17.15. Dándole vueltas al asunto, cayó en la cuenta acerca de la forma que Jacinto besaba su mano, abrazando su brazo izquierdo. 

“¡Será posible que este sinvergüenza, desagradecido, se haya llevado mi reloj, herencia entrañable de mi padre!” Se sentía profundamente afligido. Entonces, para su sorpresa, sonó el timbre de la puerta. Era doña CÁNDIDA, la vecina del 5ºB, piso abajo del suyo. 

“Don Eusebio, he ido a echarle una botella de agua al gran macetero de las plantas. Me he encontrado entre las ramas esta cartera. Tenía dentro su DNI y el carnet de conducir. No había dinero alguno en su interior”. 

No sólo se había llevado el reloj de oro, sino también la cartera, que tras quitarle los 400 euros que contenía la había arrojado al gran macetero del portal.

Aquella noche, el bueno de Eusebio apenas pudo dormir. Por la mañana, pidió permiso en su trabajo y fue a la Comisaría Central de Policía para presentar una denuncia contra “un tal Jacinto”. El funcionario policial, tras redactar los escasos datos que le proporcionaba el denunciante, le comentó, con la mirada cansada, 

“Permítame que le diga, con todo el respeto, que Vd. es el 4º “incauto” que ha sido robado, por el mismo procedimiento, en el mes en curso. El problema es que carece de más datos y pruebas de esta persona, profesional de la delincuencia. Sólo su nombre y la sustracción de 400 euros y un valioso reloj familiar que, muy probablemente, ya habrá sido negociado en la reventa del mundo delictivo. El mejor y más sensato consejo que le podemos dar en este momento es que no se debe abrir la puerta a desconocidos sin más. Desconfíe de esas muestras de afecto y fraternidad. Para efectuar la caridad hay organismos y personas adecuadas que pueden recibir sus donaciones, con la garantía de la legalidad. Hay “rateros” bien preparados para el vil engaño. Afortunadamente no ha recibido violencia física. Revise bien su piso, por si faltasen otras pertenencias”.



Una semana después, también miércoles tarde, Eusebio tomó el autobús y se dirigió a la zona que había mencionado el infiel Jacinto. Preguntó a un par de personas, en qué lugar del barrio Humilladero La Unión se encontraba el área de Los Palomares, que había mencionado el singular pedigüeño. Allá de dirigió, encontrándose con un conjunto de viviendas modestas, en plano laberinto. Recorrió varias de sus calles, con la vana esperanza de encontrarse con el pícaro Jacinto. Cansado de caminar, tomó asiento en una pequeña zona ajardinada que tenía varios bancos de madera. Había preguntado a diversas personas si conocían a un hombre llamado Jacinto sin ningún resultado. La gente movía la cabeza negativamente. Recuperaba fuerzas de su búsqueda infructuosa, cuando vio acercarse a un chico adolescente, con la cabeza bien rapada y abundantes tatuajes en brazos y piernas. De manera espontánea, el chico le dijo: 

Vd. se llama Eusebio ¿verdad? Me envían para darle un mensaje. ¡Váyase de aquí! Es por su bien y no vuelva”. 

No se recuperaba de su sorpresa, cuando el adolescente ya había desaparecido casi por encanto. Eusebio se sentía verdaderamente asustado. Caminó con premura hacia la Avda. de la Aurora, en la que tomó el bus 14 que lo condujo hacia el centro de la ciudad. Ya más tranquilo, dio un largo paseo por el puerto, prometiéndose que olvidaría de una vez este enojoso asunto. Desde entonces, es bastante precavido, en abrir la puerta de su domicilio. –

 

 

ALGUIEN

LLAMA EN LA PUERTA

 

 

                 José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

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                                       Viernes 21 noviembre 2025




jueves, 13 de noviembre de 2025

PALABRAS PARA UN GENEROSO AUDITORIO.

 


Todos, de una u otra forma, somos actores. La vida es un gran escenario, en el que los humanos representamos nuestro particular papel. Algunos, como profesionales afamados, deslumbrantes en los grandes escenarios teatrales. Otros se esfuerzan cada día, como comparsas, en ganar su honrado sustento. Y el resto, que somos la inmensa mayoría, desarrollamos roles interpretativos marcando las páginas de esos veloces almanaques. ¿El escenario?  nuestro entrañable microcosmos vivencial. La trama argumental la creamos o improvisamos en cada momento. Somos actores y al tiempo espectadores. Nuestro anonimato es universal.

LEANDRO Laguinda había ejercido como maestro de primaria, durante más de tres décadas. Al igual que ocurre con todos los ciudadanos, le llegó la hora “gozosa” de la jubilación. Como a tantas personas les ocurre, el pasar de una vida reglada, en horarios y obligaciones, a una situación abierta carente de condicionantes marcados por el reloj, libre de normativas profesionales, le produjo la natural dificultad para la adaptación

Por esas complejas razones de la vida, difíciles siempre de explicar, Leandro no se había casado, manteniendo la convivencia con su madre doña AFLIGIDA, que había sido madre soltera a causa de los “deslices” juveniles poco meditados, en el hogar familiar. Gozar de una madre tan longeva conlleva, como es natural, muchos beneficios y algunas dificultades. Aunque el antiguo educador era muy hacendoso con los trabajos para cuidar bien su casa, la avanzada edad de su madre les aconsejó contratar a una joven procedente de una localidad rondeña, llamada NICANORA, fuerte y robusta, que trabajaba para la familia Laguinda Almirez tres días a la semana, “echando una mano” en limpieza, lavado, tendido, planchado, además de cocina, especialmente para los almuerzos del medio día. Además, la voluntariosa chica hacía compañía a doña Afligida, que pasaba horas en su mecedora, leyendo o viendo la televisión. 

El orden del día en Leandro, tras su pase a la “reserva docente” era bien esquemático y repetitivo. Madrugaba, siguiendo el hábito laboral mantenido durante tantos años escolares. Visitaba el súper y preparaba algo de cocina para los días que no venía Nicanora. Algunos días iba al polideportivo, en donde manejaba algunas máquinas, por aquello de la masa muscular, aunque disfrutaba más con la natación, práctica que “engrasaba” sus articulaciones. Tras el almuerzo, descansaba la siesta, costumbre inveterada desde hacía décadas. 

Prefería las tardes, pues era hombre abierto a la cultura, que además de enriquecer la mente, distraía su espíritu. Otro valor que buscaba era socializar el aburrimiento, con otras personas jubiladas que encontraba en conferencias, presentaciones de libros, proyecciones de cine, conciertos especialmente de música clásica, exposiciones, museos, etc. Siempre había algún incentivo durante las tardes, que aportaba distracción, conocimiento y amenidad. Sobre todo, para salir de casa, ámbito que protege y conforta, pero también “aplana” y aturde. 

Desde su vivienda en la zona del Pasillo de Santa Isabel, junto al cauce seco del río Guadalmedina, se desplazaba caminando o utilizando los autobuses urbanos a los puntos atractivos para pasar la tarde: Ámbito Cultural del Corte Inglés, Centro Cultural Malagueta, Centro Cultural Maria Victoria Atencia, en calle Ollerías, Biblioteca Pública del estado, en la Avda. de Europa, etc. En ellos buscaba el lustre de la cultura y la distracción. Como era natural, a veces coincidían dos actividades interesantes en distintos lugares, por lo que tenía que optar por una de ellas. Con este sensato hábito, iba conociendo y entablando conversación con diversas personas con las que coincidía en esos enriquecedores organismos. En un centro cultural entabló amistad con una señora, también jubilada. Se saludaban y en varias ocasiones ocupaban asientos contiguos, ya que ambos extremaban la puntualidad a los actos que asistían. Esta amiga de Leandro tenía por nombre CÁNDIDA Cruces. Hasta el momento en que comenzaba la actividad, dialogaban con la franqueza y cordialidad que da la soledad. Intercambiaban información acerca del espacio en el que se encontraban y demás actividades que uno y otro conocían en otros lugares de la capital y que podían ser de interés, sobre todo los conciertos. 

Doña Cándida había sido cocinera de hotel, durante su extensa vida laboral. Había comenzado a trabajar a los 18, cuando era apenas una joven adolescente, “bien parecida”, en opinión de la agradable señora. Se había jubilado a los 60, hacía dos años, porque los médicos le indicaron que debía poner el freno, debido a los problemas de artrosis que padecía en distintas partes de su cuerpo, de manera especial en las manos “de tanto guisar y fregar los platos”. Había prestado sus servicios en dos grandes y prestigiosos hoteles de la Costa del Sol: el PEZ ESPADA y el HOTEL TRITÓN. Era soltera, como Leandro y había convivido con una hermana mayor, que se “había ido a los cielos” hacía unos años. Vivía por el centro antiguo de la capital malacitana, calle Convalecientes, muy cerca de Santa Lucía y de esa famosa confitería que siempre recordaba con agrado por los buenos dulces que elaboraba: LA ESPAÑOLA, local ahora reconvertido en una tienda de gafas, después de otros negocios diversos.

“Buenas tardes, doña Cándida. Buenas tardes, don Leandro. ¿Cómo va la salud? Pues la vamos sobrellevando. Yo la veo cada día más joven y esbelta. Es que Vd me mira con muy buenos ojos don Leandro”. 

Esa misma tarde, el antiguo profesor, viendo la profunda atención que su compañera Cándida mostraba ante el “tostón” geopolítico y globalizador que el conferenciante, un ilustre catedrático jubilado de derecho internacional, exponía, elevando mucho el nivel conceptual, llegaba a preguntarse ¿qué le interesará a esta buena señora una conferencia sólo apta para expertos en el tema? A su finalización, como solían hacer los dos veteranos amigos, no pudo por menos preguntarle por esa intensa atención que Cándida había mostrado durante la árida y compleja disertación. “Duro el contenido de este ilustre catedrático ¿verdad?”

La buena señora, mirando con una sonrisa a su amigo de asistente cultural, le respondió con absoluta franqueza. Sencillez y hermosura: 

“Seguro, amigo Leandro, que lo expuesto por este “sabio” señor ha tenido ser muy interesante e importante. Pero yo no me he enterado de nada. Es como si me hubiese hablado en chino”. ¿Y esto le ocurre con frecuencia, doña Cándida? En la mayoría de estas conferencias y diálogos me ocurre lo mismo. Mi vida ha sido la cocina, los platos y la comanda de los camareros. “En absoluto quiero o pretendo ser impertinente o irrespetuosa. ¿Por qué entonces acude a todas estas sesiones de tan alto nivel, para personas no expertas? Esta vez seré yo quien le va a invitar a un café bien calentito, don Leandro. Nos sentamos y se lo explico con claridad.”

“Para no quedarme encerrada en casa, me echo a la calle y tengo un local gratis a donde ir. Me veo rodeada de señores que seguro saben mucho más que yo. Aunque no me esté enterando de lo que se está hablando el conferenciante, me fijo en cómo va vestido, en los movimientos que hace con las manos, con sus ojos, en las palabras que repite, en como está actuando. Es como si estuviera en el teatro. Pienso en lo bien que se lo debe estar pasando, observando la cara de ignorantes de muchos de los presentes. Me digo, lo que debe de haber estudiado, lo que debe haber leído, este hombre de tan difícil palabra ¡Seguro que algo bueno se me pegará. Y pienso lo mal que se podría sentir este sabio señor, si llegara a la sala y se la encontrara medio vacía de asistentes a sus palabras. 

El invierno ponen la calefacción y no paso frío. En la primavera y en los meses de calor, me refresco con la refrigeración. Hago buenas amistades, como con Vd. mejorando lo presente. Y, sobre todo, rodeada de tantas personas, me siento menos sola. Ahora me voy a casa, caminando despacito para no resbalar y caerme. Suelo pasar por la buena confitería Aparicio (la del sabor antiguo) y me compro una isabela. Otros días, una cordobesa, una mallorquina de hojaldre o una pareja de bizcochos de Viena. Ceno un poquito de queso y un vasito de leche, con algo de ensalada, que por la noche hay que cuidar la cena. A pesar de mis kilos de más, no quiero perder la línea. Como dice el refrán, “de grandes cenas están las sepulturas llenas”. 

Leandro, profundamente emocionado, le respondió con cálido respeto. “Cándida, eres una gran mujer. Le admiro por su sabiduría e inteligencia. Me siento muy honrado con su valiosa amistad. Permítame que hoy sea yo quien la invite al pasar por la confitería que tanto le agrada. 

Y por las calles anochecidas, ya menos transitadas, se fueron los dos sexagenarios asistentes a los eventos culturales de cualquier índole, caminando despacio para aprovechar mejor el cálido ánimo de la compañía henchida de amistad. Iban animosos y contentos, mientras Leandro quiso hacerle a su compañera una pequeña confidencia: 

“Deseo ser sincero, amiga Cándida. Yo tampoco me he enterado casi de nada, de lo que el muy cualificado orador nos ha expuesto. Siempre he pensado que a otros asistentes les ocurrirá lo mismo. Pero prestamos un importante servicio, para que estos organismos culturales sigan funcionando: el de formar público y sembrar de aplausos su docta finalización. Así también, otros habilidosos de la palabra, podrán seguir viniendo y nos venderán la nada, para nuestras modestas capacidades, con sus contenidos bien teatralizados”. 

Tras ese paseo bien aprovechado, para lo físico y anímico, se despidieron en la Plaza de la Constitución con un “¡Hasta mañana Cándida! Buenas noches Leandro. Y gracias por los hojaldres”. La noche cubría con su manto estrellado una ciudad que buscaba el descanso reparador, junto a los buenos sueños para un día mejor. -


 

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Viernes 14 noviembre 2025

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