viernes, 31 de octubre de 2025

LA ANGUSTIA CREATIVA DEL GUIONISTA

 


Tenemos la certera percepción de que a la mayoría de las personas les gusta el cine. Probablemente, toda encuesta sociológica confirmaría tal opinión. Ya sean cinéfilos, buenos aficionados o cualquier otro ciudadano que le apetece distraerse, todos o casi todos pondrían el arte cinematográfico en un lugar destacado de esa jerarquía de gustos, compitiendo con otras formas culturales también importantes y valiosas, que la sociedad nos ofrece. 

Cuando optamos por visionar una película, casi siempre nos preguntamos por el género cinematográfico de lo que vamos a ver. De inmediato tratamos de conocer algo acerca del ARGUMENTO que desarrollará la historia representada. Entre todos los intervinientes en la realización de un film (el listado de los títulos de crédito, cuando la película ha finalizado, es asombrosamente amplio) la figura del GUIONISTA es, no cabe la menor duda, la más valiosa e importante. El director, los actores, el cuerpo musical, la imagen o calidad fotográfica, etc. todos ellos son fundamentales para la creatividad fílmica, Pero el guionista que ha escrito esa historia real o de ficción es, en opinión de los expertos y los aficionados, el más importante de todos los intervinientes en la realización. Sin guion no hay película. Sin un buen guion la película no puede ser buena. El profesional guionista, que escribe y compone el argumento, es el alma mater de esa fábrica mágica que realiza el milagro de la gran pantalla. Ya sea visionando “la cinta” en una sala cine, en la pantalla del ordenador, en el tablet, en el móvil telefónico o en las decenas de cadenas de televisión. En este contexto se inserta nuestra semanal historia. 

ÁLVARO BIEMPICA, 48, natural de Tordesillas, graduado en Creatividad Literaria, con varios másteres en guiones cinematográficos, es un profesional de acrisolado prestigio, reclamado por prestigiosos directores y poderosos productores del Séptimo Arte. No sólo tiene reconocida su capacidad como escritor de guiones en el país donde nació, sino que su nombre es muy valorado fuera de nuestras fronteras, aunque la maquinaria industrial de Hollywood está muy blindada ante los profesionales foráneos. 

Este escritor había logrado formar su propia empresa, en la que trabajaba con otros tres compañeros, también titulados en su misma licenciatura. Esa pequeña empresa, que tan buenos productos elaboraba y bien cobraba, tenía por nombre LUZAMAN, logotipo o acrónimo que hacía alusión a la luz vital que nos llega con todos los amaneceres. Este pequeño y afamado grupo, muy bien avenido, hacía trabajos de encargo para distintas editoriales, adaptaba obras literarias para ser representadas o ser llevadas al cine, creando ellos mismos obras de ficción. El alma máter de la empresa era su director Álvaro, Este dinámico personaje era un “mágico” generador de ideas. La mayoría de los encargos provenían de su esfuerzo y lucidez, para saber multiplicar los minutos y las horas. Ante todo, la última corrección de los trabajos elaborados pasaba por su mano. 

Todo marchaba bastante bien. Pero como suele ocurrir con los humanos, llegan momentos en los que “las nubes eclipsan el Sol” y llega esa temida “enfermedad” en esta literaria profesión. Esta “grave dolencia” se denomina FALTA DE CREATIVIDAD. La mente se ciega o se queda peligrosamente “en blanco”. Álvaro comenzaba a elaborar guiones, pero cuando el trabajo avanzaba observaba que los fundamentos de las historias “hacían aguas por los cuatro costados”. El caso de Álvaro era y es repetitivo en los grandes escritores. Había pasado gran parte de su vida escribiendo desde su adolescencia, y veía ahora, respuestas traviesas de la mente, que la imaginación lo había abandonado. Incluso llegó a tomarse unas vacaciones de fin de semana, esperando que sus neuronas (como él se refería) comenzaran otra vez a funcionar. Su miedo a la mente plana era evidente. 

Hablando de su “bloqueada” situación, con su amigo Julián, éste le recomendó la posibilidad de ir a la consulta de un especialista mental que a buen seguro podría ayudarle. Sin embargo, entrando una mañana en su bloque (en la zona de la calle Arenal madrileña) la señora EVELIA, portera del gran edificio, “echó un ratito” hablando con el “escritor”, como ella lo llamaba. Señora mayor, pero con mucha energía y vitalidad, que siempre buscaba soluciones para “todo”. 

“De modo, don Álvaro, que no le vienen a la cabeza temas o historias sobre las que escribir, con lo bien que Vd. lo hace. Pues yo le voy a dar unas ideas que le van a venir bien. Soy de CERCEDILLA DEL CAMPO, por la sierra de Guadarrama madrileña. Allí tenemos a un abuelo muy mayor, debe andar por el siglo de vida, aunque él buen hombre nunca lo concreta, que si Vd. le pregunta es capaz de estar hablando varias horas seguidas, con sólo invitarle a un café con leche. Se llama CELESTINO. Sabe mil historias o se las inventa. Te quedas maravillado cuando lo escuchas. Es como si estuvieras en el cine. Si toma el tren un fin de semana, se llega al pueblo y pregunta por él. Todo el mundo lo conoce”. 

En principio, Alvaro no le dio mucha importancia al consejo de Evelia, pero después de dar vueltas al asunto, compró los billetes de tren, llevándose una maleta con lo básico para estar en Cercedilla de viernes a domingo. Nada más bajar del vagón, a la llegada a esta localidad de poco más de 7.000 habitantes, vio a un lugareño con apariencia de campesino, llamado Fermín, hombre amable, que le facilitó la dirección de la pensión TRES CHIMENEAS, en donde le facilitaron una buena habitación, con balcón a la Plaza principal. Preguntó al conserje ¿dónde podía contactar con el tío Celestino.

“No va a tener dificultad. Desde las 11 suele estar en la cafetería bar del Nano El Beato, propietario de este popular establecimiento. Con que le regale alguna invitación, tiene conversación para rato. Celestino es una enciclopedia Álvarez”. 

Sin gran dificultad dio con Celestino, al que muchos llamaban el Requeté, por sus andanzas políticas durante su muy lejana juventud. Desde luego que no aparentaba el centenario que marcaba el DNI que con orgullo le mostró. Piel muy curtida por el sol castellano, con surcos y arrugas a modo de cauces privados de caudal. Bastante calvo, pero con dos mollitas de cabello en las sienes para disimular. Ojos legañosos ya cansados, pero siempre con esa sonrisa burlona que motivaba a los que se le acercaban para escuchar. No estaba encorvado y la fuerza de sus brazos y piernas las mostrada en el hacer y en el caminar. Bigotillo de facha y algunas mellas que mostraba al contar su historial. Pantalones de pana gastada y unas albarcas de esparto, de las usadas en el campo para laborar. El viejo truhan achacaba su buena edad a las “palomitas de aguardiente” y a los cafés con leche que cada día consumía y no olvidaba los placeres vividos con todas esas mujeres que habían sabido alegrarle la vida. 

“Si, mujeriego, don Álvaro, pero todo un caballero en el trato con esas hermosas señoras, que saciaban su necesidad, de lo que yo con maestría me encargaba de ejecutar. Alguna vez tuve que saltar por el balcón de LA SACRISTÍA (una pensión ya derribada, donde no íbamos, lo entenderá, a “rezar”) con mis potencias al aire a todo correr, porque subía por la escalera el marido eclesiástico, con todo furor y una gruesa cayada o garrota para castigar. He vivido del campo y del cuento. La nodriza que me cuidó me contaba muchas historias y cuentos, para que me durmiera al fin y la dejara en paz. Muchas eran mentiras y otras eran verdad. Esas historias me han proporcionado, con el tiempo, muchos platos de comida, que a la barriga hay que llenar. Tengo una colección de achaques, que debo sobrellevar, sobre todo esas ventosidades, a causa de los potajes con fabes, que debo tomar con regularidad, pues hay que tener buen combustible para poder caminar.



Durante dos largos días Celestino estuvo contando abundantes historias, a cambio de cafés, palomitas de aguardiente y ese rico plato de cocido, con garbanzos, alubias, chorizo, morcilla, jamón, ternera, costilla añeja, almuerzo que le daba “combustible para seguir imaginando y narrando. Eran historias insólitas, divertidas, también dramáticas, burlescas, de amores y engaños, en las que con frecuencia aparecía un cura. Celestino justificaba la presencia de un sacerdote a que en su infancia fue monaguillo de la iglesia de su pueblo, por lo que llegó a conocer bien muchos entresijos que no suelen salir a la luz pública. 

Álvaro, profundamente satisfecho del filón narrativo que había encontrado, iba tomando notas manuscritas, porque el veterano campesino no se fiaba de esos “cachivaches” que se quedan con tus palabras y se escucha como si hablaran gatos con patos. Por las noches, ya en su habitación de las Tres Chimeneas daba un poco de cuerpo, ordenando datos y puntos de interés, en esas situaciones que parecían inverosímiles en principio, por la gran verdad que contenían. Era toda una suerte haber encontrado a este gran juglar de la palabra, un tesoro humano que se lo tenía que agradecer a la buena Evelia, portera del bloque en donde residía en Madrid. 

“¿Y nunca te has planteado, amigo Celestino de disfrutar tu vejez en una buena residencia para la tercera edad? Ahí estarías bien cuidado y alimentado, ya que te lo has ganado con tu esforzado trabajo de cada día, labrando, plantando y recolectando en el campo. Pienso que los enfermeros y monjas asistentes quedarían profundamente maravillados con tu interesante sabiduría, ganada pulso a pulso en esa vida tan larga que el destino ha querido regalarte.”

“Amigo don Álvaro, aunque agradezco sus buenos consejos, esas “puticasas” son para viejos, no de edad sino de espíritu y bajo ánimo ¡Qué pintaría yo allí!” La gallardía y entereza del veterano labriego y narrador de historias era innegociable para la debilidad. 

En las semanas siguientes, Álvaro se encerró en su ático y estuvo escribiendo una historia de 8 capítulos aprovechando, lógicamente, todo el valioso material que Celestino le había facilitado. Ese libreto o guion, que iba a servir para un encargo de una poderosa productora, se iba a titular precisamente 8. Iban a ser ocho capítulos encadenados que, cuando se produjo el montaje definitivo, en los títulos de crédito aparecía una dedicatoria afectiva: 

A CELESTINO, GENERADOR DE VIDAS CONTADAS. 

Tras el bien acogido estreno, Álvaro se desplazó un fin de semana a Cercedilla del Campo, para visitar a su amigo. El veterano juglar narrador seguía sentado en una de las mesas del establecimiento de Pedro “el Beato”. Le llevó unos dulces, le mostró el libreto de la película y almorzó y cenó con su entrañable amigo, que seguía narrando historias de su juventud. Al despedirse, dejó una cantidad suficiente para que Nano le sirviera cada día a Celestino su café, con la palomita de anís, y ese plato caliente de cocido de fabes que tanto le agradaba.  “Nos veremos en el infierno, querido truhan. Te quiero”. Su viejo interlocutor se levantó de su asiento y abrazó con fuerza a su “hermano, don Álvaro”. 

Este inteligente sistema, colaborador para la creatividad, lo sigue utilizando LUZAMAN para cuando tienen crisis imaginativa. Los argumentos de las obras fílmicas sean ficticios o reales, se encuentran en esas vidas que deambulan a nuestro alrededor, en un mundo en un mundo cada vez más incomprensible y perturbador. -

 

 

 

LA ANGUSTIA CREATIVA

DEL GUIONISTA

 

 

       José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 31octubre 2025

                                                                                                                                                                                                               



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jueves, 23 de octubre de 2025

MIRAR HACIA ADELANTE

 


Cuando hemos vivido una dolorosa situación, aún con el sufrimiento latente, voces amigas, portando el ropaje de la mejor voluntad, nos aconsejan que la mejor solución es mirar hacia adelante, pues ese amargo pasado ya no lo podemos evitar. Hay que actuar sobre el futuro. El pretérito ya es inamovible, en nuestro diario caminar. Otras posturas o planteamientos, sin negar el posicionamiento anterior, sugieren que obviamente ese pasado no lo deberíamos olvidar, pues, además de explica el presente, nos puede ayudar a mejorar el futuro que, individual o colectivamente, vamos a protagonizar. En este contexto psicológico, insertamos el relato de esta semana. 

Una frase que hemos escuchado en repetidas ocasiones nos dice: “el primer amor nunca se olvida”. Esta expresión puede ser exagerada y teñida de intenso romanticismo. Pero, efectivamente, esa primera relación “amorosa” en la etapa adolescente de nuestras vidas, queda, de alguna forma, indeleblemente grabada en nuestra memoria. 

BELINDA Arias, habiendo realizado un módulo profesional de biblioteconomía, pudo acceder a una plaza de sustitución en una biblioteca de titularidad municipal. En este espacio cultural para la lectura, no sólo había centenares de libros en los numerosos estantes expositores, sino que además de una sala de ordenadores, también tenían un servicio de préstamo de interesantes películas, en formato CD y DVD. Era admirable la zona dedicada s la infancia, con libros, películas o cuentos, que hacían las delicias de los más pequeños. 

La directora de la biblioteca, Doña GONZALA Téllez, encargó a Belinda que organizara una SECCIÓN de CUENTACUENTOS, los lunes, miércoles y viernes, a partir de las siete de la tarde. A sus 22 años, esta chica procedente del pueblo de Casabermeja se había trasladado a la capital provincial buscando los incentivos de la gran urbe. A la chica le encantaba estar rodeada de niños, todos felices y contentos, que cada tarde escuchaban el cuento que les contaba y escenificaba con hábil mímica y emoción la seño Beli.

Una gran mayoría de los pequeños asistentes a los cuentacuentos eran llevados por sus madres o padres, que los dejaban al buen cuidado de la Srta. Beli, mientras ellos se iban a dar alguna vuelta o a realizar alguna otra gestión, para volver a recogerlos pasadas las 20 horas. Aunque a esa hora de inicio del cuento del día los niños ya habían merendado, algunos llevaban a la señorita algún bombón o caramelo de miel y limón para que aliviara la garganta, que a veces se irritaba de estar hablando y escenificando durante esa “alargada” hora para la distracción y la imaginación. 

Doña Gonzala dejaba a Belinda cada mañana un buen tiempo de tranquilidad, a fin de que preparase el cuento que tenía que narrar por la tarde. La bibliotecaria estaba  muy satisfecha con el trabajo que desarrollaba la empleada interina. Le había prometido que haría alguna gestión con la concejalía de cultura para que le fuese renovado el contrato a su finalización.

Entre los padres y madres que acudían con sus niños al cuentacuentos de cada día, había un joven padre, LUIS, que traía a su hija pequeña NINA. Uno de los días, este padre pidió autorización para quedarse con su niña en el cuentacuentos. Justificaba su petición porque le agradaba ver disfrutar a la pequeña con las historias narradas por Beli. Tomó asiento a una prudente distancia para no molestar. Cuando al final de la sesión se acercó al grupo para recoger a su hija, ésta, con la natural inocencia le dijo a la narradora: “Seño, mi papi se llama Luis y también le gusta que le cuenten historias bonitas”.

Luis trabajaba como administrativo en el negociado de aguas del ayuntamiento. A las 14:30 finalizaba su jornada laboral. A sus 30 “abriles” hacía un año en que su matrimonio se había roto. Su esposa VENECIA, administrativa en un bufete notarial, estaba “colada” con el director y propietario de la notaría, don EUSTAQUIO, una persona de mediana edad, con mucho dinero, vehículos, casas y alguna embarcación en la costa.  La atracción era recíproca entre la empleada y el jefe de este despecho. La ruptura subsiguiente con su marido provocó que negociaran el tiempo que Luis se haría cargo de su hija, pues la niña, de mutuo acuerdo viviría con la madre. Luis recogía cada tarde a Nina a la salida del colegio, para dar un paseo juntos, darle de merendar y llevarla al cuentacuentos. 

Cada tarde, al finalizar el cuento del día, Luis y Belinda intercambiaban algunas frases, ante la mirada sonriente de Nina. Pronto llegó la invitación a un helado, merienda o la sugerencia de cenar, en alguno de los atractivos restaurantes de la ciudad. “Me gustaría invitarte a una película este sábado, de la que me han hablado muy bien”. Por supuesto que Belinda estaba ilusionada con esta amistad que había surgido casi sin esperarlo, con el padre de una de las niñas asistentes al cuentacuentos. La amistad entre ambos se fortalecía por momentos. Incluso se intercambiaban llamadas telefónicas, buscando algún motivo, aunque éste fuese banal. Luis le explicó de una manera razonada los motivos por los que su matrimonio con Venecia había fallado. “Creí, neciamente, que las subordinadas o empleadas sólo enamoraban al jefe en las películas. Fue un golpe afectivo muy duro que poco a poco he ido integrando en mi vida y sobre todo desde que tuve la suerte de conocerte”. “Venecia siempre fue una persona muy inmadura y bastante fantasiosa. Un día “nos pasamos” y la boda se tuvo que celebrar. Por fortuna, nació la joya o ángel de Nina que ahora ya ha cumplido sus seis añitos. Con paciencia y con mucho cariño, Venecia y yo sabemos sobrellevar esta situación, a fin de evitar el mayor sufrimiento posible a nuestra hija”. 

Belinda, huérfana de padres por accidente de automóvil, había vivido desde los 16 con su única tía, JACINTA. Tras haber dejado de residir en su pueblo, Casabermeja, tomó Málaga capital el alquiler de una habitación con derecho a servicios comunes, en un gran bloque de vecinos ubicado en la zona de la Cruz de Humilladero. La plaza de auxiliar interina la había conseguido en la Biblioteca Pública Municipal Manuel Altolaguirre. Se enamoró intensamente del apuesto Luis, un padre de familia separado de su esposa, que tenía a su hija Nina, como gran tesoro de su vida. Precisamente, había sido esta niña de seis años el motivo para que ambos se conocieran. Durante algunas noches Beli se solía quedar en el apartamento que Luis había alquilado tras su separación, pues uno y otro se sentían emparejados. A pesar de sus 22 años, Luis era para ella su primer gran amor. Hasta ese momento no había tenido pareja estable. El padre de Nina también se sentía muy feliz y compensado, tras su fracaso con su mujer Venecia. La pequeña asistente al cuentacuentos de las tardes era una poderosa aliada de la “seño” por la que sentía gran admiración y cariño. Pero en esta bella historia, que parecía contentar a todos sus integrantes, el incierto y “travieso” destino quiso intervenir con penosa voluntad, para poder a prueba a dos seres que entendían y gozaban perfectamente la convivencia.

Un fin de semana Luis faltó a sus habituales citas. Beli lo llamó por teléfono, pero lo notó algo raro, excusándose en que algo le habría sentado mal. El lunes siguiente Nina apareció en la biblioteca para escuchar el cuentacuentos, pero en esta ocasión iba acompañada de una mujer que la llevaba cogida de la mano. ¿Podría ser Venecia?  Efectivamente, la pequeña presento a su acompañante: “Seño, esta es mi mamá”. Un día después, a la salida de la biblioteca, Luis la estaba esperando. Se mostraba visiblemente nervioso. ¿Te parece que vayamos a tomar algo? Tengo que hablar contigo, manifestó el atribulado padre de Nina. Con ojos lagrimosos le vino a decir que Venecia había reaccionado positivamente, después de casi un año de relación el notario (en realidad el jurista se había hartado de los caprichos y respuestas de la que había sido su amante). Tras pedirle perdón con sollozos, le había rogado, una y otra vez que volvieran a intentarlo. Que todo había sido una locura a consecuencia de su inmadurez. Que lo hiciera también por la hija que ambos tenían en común. 

En esta complicada tesitura, Luis pensaba sobre todo en la estabilidad emocional de Nina. Con mucho dolor por su relación de Belinda, había decidido dar una nueva oportunidad a su ex. Aunque con el corazón partido y sin poder reprimir las lágrimas, su joven interlocutora aceptaba con madurez el planteamiento de la persona a quien quería. Este duro golpe afecto a la estabilidad emocional de Beli. Doña Gonzala, viendo depresivo estado anímico de su auxiliar, le autorizó que pasara un día en su casa para comenzar su recuperación. 

“Comprendo, Beli, lo que supone un primer amor, en tu caso con mucha fuerza e ilusión. Pero ahora tienes que hacer todo el esfuerzo posible para olvidarlo. Tendrás muchas más oportunidades con otras personas. No mires hacia atrás, sólo hacia adelante. El pasado ya no puede volver. Tienes toda una vida para luchar y conseguir tus objetivos”. 

Pero olvidar no era fácil para esta joven bibliotecaria. Nina dejó de ir al cuentacuentos de las tardes, lo cual era una ayuda para el olvido, pero también un intenso dolor pues había cogido mucho cariño a esa niña que siempre se había mostrado muy cariñosa con ella.



HA PASADO ALREDEDOR DE UN AÑO. Doña Gonzala ha conseguido su merecida jubilación, después de trabajar dirigiendo la biblioteca varias décadas. Beli sigue trabajando allí, rodeada de libros y con sus cuentacuentos. Ahora tiene un contrato fijo, con otros dos compañeros. La nueva directora, CELESTE lleva muy bien este establecimiento publico cultural.

Un viernes, apareció Luis con Nina para el cuentacuentos. Cuando los vio llegar, Beli no podía sostenerse en pie. Cuando finalizo su labor narrativa, Nina, ya con siete años, se le acercó y le dio un beso. 

“Mi papá quiere hablar contigo, pero no se atreve a pedírtelo.  Trátalo bien. Yo no he venido al cuentacuentos porque a mi madre no le gustará que volviera a esta biblioteca. Pero no me he olvidado de ti. Y te he traído un cuento corto que he escrito pensando en ti”. 

Aquella noche, Beli abrió el sobre y extrajo la hoja del cuento. Al final de la corta historia, su pequeña amiga había escrito: “Mi papá te quiere. Ahora está muy sólo, pero nunca más te va a dejar. Y yo tendré dos mamás”.  No pudo contener unas lágrimas de emoción, que humedecieron de ilusión una hoja infantil de libreta. 

Los designios del destino son crípticos para nuestra racionalidad. Luis y Belinda han recuperado el amor. Al igual que Venecia, con el notario don Eustaquio. Las aguas vuelven a su cauce. El perdón y el mirar hacia adelante, para una nueva oportunidad, ha sido una eficaz terapia, ayudada por la inocencia maravillosa de una niña de siete años. De lunes a viernes Nina vive en casa de su madre. Los fines de semana los pasa con su padre y respetando sus palabras “mi segunda mamá”. Podemos concluir que el destino ha sido generoso, con esta grata y segunda oportunidad. -

 

 

MIRAR HACIA ADELANTE

 

 

               José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 24 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 17 de octubre de 2025

UN HOMBRE BUENO

 



En ocasiones, el uso cotidiano de las palabras puede tener un sentido equivocado. Esta situación suele ocurrir porque hemos desvirtuado el contenido de los valores y el significado correcto de los vocablos. A tal nivel, llamar o considerar a una persona como “bueno” puede conllevar un sentido incluso despectivo o de infravaloración. En una sociedad donde la maledicencia está arraigada, el concepto de persona buena puede derivar en sumisa, condescendiente, maleable e incluso en la privacidad coloquial como algo “tontorrona” o pusilánime. Pero así somos y así nos comportamos. Vayamos, sin demora, a nuestra semanal historia. 

VALERIANO Rincón era desde niño persona sencilla, algo apocada o tímida, que vivía escudado bajo la protección familiar. Su madre, ROSALÍA, enviudó con triste prontitud, por lo que tuvo que dedicar muchas horas del almanaque a la limpieza de portales y viviendas, para sacar adelante a su único hijo, por el que sentía un gran cariño y una comprensible hiper protección. Valerio, como le solía llamar, hizo la escolaridad obligatoria. Cuando cumplió los 16, la gran obsesión de esta madre abnegada era la de buscarle una “colocación”, con la que aprendiera a ganarse la vida. “No pararé un día tras otro, hasta verlo bien colocado”. 

La buena señora hablaba con todo el que se prestaba a escucharla, hasta conseguir para su hijo algunos puestos de aprendizaje que, por una u otras razones, nunca llegaban a estabilizare. Zapatería, tienda de ultramarinos, albañil, mozo del puerto, etc. Pero el joven Valeriano era algo “apocado” y en los trabajos le exigían o demandaban una mayor decisión e iniciativa. “Perdone, doña Rosalía. El chico es una buena persona, pero no es lo que yo necesito para mi negocio. Se encontraría mejor un puesto tranquilo, sin grandes responsabilidades o capacidad de acción”. Otro trabajo en el que estuvo un poco de más tiempo fue el de dependiente y reponedor de una frutería y hortalizas. Era una labor no difícil de realizar, pero a la que tenía que entregar un notable esfuerzo en la atención a la clientela y al arreglo de la gran tienda de frutas, sufriendo los regaños y arengas del propietario, un ciudadano marroquí de mal genio y muy exigente. 

No era un joven de amigos y salidas grupales. Muy enfaldado bajo el paraguas materno. Ahí era donde mejor se encontraba y disfrutaba. Ayudando en casa, viendo la televisión o escuchando la radio. También, sacando de paseo a doña Rosalía, quien fue madre siendo ya mayor. A medida que iba sumando años, esta señora veía que sus fuerzas se iban reduciendo. Su marido BONIFACIO le había dejado una muy modesta pensión, ya que había ejercido de acomodador de sala cinematográfica, manteniéndose básicamente gracias a las propinas que los espectadores le entregaban 

Valeriano no tuvo suerte con las mujeres. En realidad, no se esforzó en buscarlas. Su ideal de mujer era su madre. Teniéndola cerca se sentía satisfecho y protegido. 

Para su inmensa suerte y oportunidad, cuando había cumplido la treintena, un vecino del bloque donde vivía, Roberto, en la barriada de la Palma, se puso enfermo. Como era una persona mayor y conocía las peticiones de doña Rosalía, propuso a la comunidad de vecinos en la que prestaba servicio como conserje, que le sustituyese el hijo de su vecina, dando muy buenas referencias de su persona. Al fin Valeriano iba a encontrar un puesto de trabajo con marcada estabilidad y tranquilidad. Conserje/portero de una gran manzana de edificios, con 5 portales, todos a su cargo. Sus obligaciones eran las propias de quien ejerce esta función. Abrir y cerrar las puertas al complejo de viviendas, recoger la correspondencia e introducirla en los buzones, estar atento a los desperfectos o daños que pudieran surgir en las zonas comunales, dando cuenta de los mismos al administrador de la gran comunidad, gestiones para arreglar problemas de fontanería, electricidad, grupo de motores, porteros electrónicos, etc. Aunque no era una obligación contractual, se encargaba también de recoger las bolsas de residuos, para llevarlas a los contenedores correspondientes. Los vecinos gratificaban particularmente este servicio. El horario que tenía que cumplir y el sueldo que recibía estaba adaptado al convenio sindical cuya normativa regía para todos los conserjes y porteros de fincas urbanas. Comenzaba su labor a las nueve de la mañana, hasta las 13 horas. Volviendo a las 17 hasta las 20 horas. Este horario de permitía atender (comida y cena) a su querida madre, quien con los años sumaba los achaques propios de una avanzada edad. 

A las pocas semanas, la generalidad vecinal coincidía en que tenían como portero gerente a una muy buena persona, siempre con la sonrisa en el rostro, una educación muy servil y agradable en el respeto con quien hablaba y siempre dispuesto a escuchar y tratar de resolver cualquier problema que se le plantease. A sus treinta y tantos años había iniciado con muy buen pie este servicial trabajo, sintiéndose feliz con esta oportunidad que la vida le había ofrecido. Era especialmente diligente con las personas mayores, ya que el hábito de cuidar de su madre lo trasladaba a esas vecinas mayores que venían de hacer la compra, con los carritos bien llenos de viandas y que tenían una manifiesta dificultad para subir esos carritos por los cinco escalones que había desde el suelo de la entrada hasta la plataforma donde estaba la puerta del ascensor. Prácticamente les subía el carrito lleno de la compra, porque tenía fuerza en sus brazos. Aunque era fumador, nunca encendió un cigarrillo en su horario de trabajo, para evitar malos ejemplos y molestias a la vecindad. Tenía una densa libreta con anotaciones de direcciones para fontaneros, electricistas, albañiles, pintores, Seguridad social, hospitales, ambulancias, farmacias, hipermercados y por supuesto policía local y nacional. 

Y así fueron pasando los meses y los años, con esa rara unanimidad de que los vecinos de los cinco grandes bloques veían en Valeriano la imagen real de una muy buena persona, eficaz y en nada conflictivo. Se trataba de esas personas sencillas, sosegadas, con el ejercicio de la tranquilidad y la responsabilidad. Era la imagen viva de aquellos seres que aceptan el puesto que la vida y su esfuerzo ha tenido a bien depararles. La única objeción que planteaba, cuando llegaban las 13 horas y algún vecino comentaba algún asunto más complejo que le había ocurrido, era la necesidad de desplazarse a su domicilio (que exigía tomar dos autobuses urbanos) pues tenía que preparar la comida a su madre ya limitada físicamente. Pero lo hacía no sólo con la razón lógica por su horario, sino rogando disculpas y prometiendo que, por la tarde, cuando volviera atendería de inmediato ese problema de comunidad. No era muy dado a hablar de sí mismo. Su discreción y trabajo eran las señas de identidad para su persona. El destino le había dado al fin una buena colocación y él lo agradecía respondiendo con franca lealtad y disponibilidad. 

Una tarde el conserje Valeriano pidió hablar con el presidente de uno de los cinco bloques (con el que tenía una especial confianza). Fue un diálogo en el que imperó la franqueza teñida de dura realidad. El veterano portero proponía un sustituto temporal, como cuando llegaban los días de vacaciones veraniegas. El motivo era que tenía que ponerse en manos de los médicos, para hacerse una serie de pruebas radiológicas, de ecografía y de resonancia magnética. En unas pruebas analíticas ordinarias habían salido unos datos bastante preocupantes. Tenía que someterse con urgencia a un tratamiento hospitalario. De inmediato el presidente, tras animar al buen servidor de la comunidad durante décadas, puso en conocimiento de los restantes presidente la inesperada situación. 

En 48 horas, Valeriano estaba informando a su sustituto ARNO Granados, sudamericano y vecino próximo a la vivienda del primero, acerca de las obligaciones que tenía que asumir durante su ausencia, a fin de desempeñar bien su labor y que la comunidad no tuviese problemas durante su ausencia.  

No había días en que muchos de los vecinos, cuando salían a la calle para realizar sus quehaceres, dejasen de preguntar al joven Arno por la salud o alguna información que afectase al buen Valeriano. Pasaron algunas semanas. Las noticias que llegaban del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria, con respecto al paciente Valeriano Rincón no eran buenas. La estructura orgánica de este veterano trabajador estaba severamente afectada. Arno se emocionaba cuando tenía que explicar esta infausta situación clínica de este vecino y amigo. 



A escasos días de cumplir 65, con la jubilación bien merecida en puertas, el alma del buen Valeriano viajó a los espacios celestiales. Su enfermedad era irreversible. Desde un punto de vista humano, al menos había dejado de sufrir. Por supuesto que fue un golpe muy duro para toda la comunidad vecinal. Incluso muchos otros residentes en el barrio lamentaban con bellas palabras la imagen y trayectoria que había dejado el admirable Valeriano.  Su educación, simpatía, respeto, seriedad, responsabilidad, era bien conocida por toda la zona. UN HOMBRE BUENO, trabajador y eficaz, había dejado una estela de sincera admiración. Lo penoso, desde un criterio afectivo, era que no había podido disfrutar de una más que merecida jubilación. Y también los humanos nos hacemos esa pregunta a la que nunca hallamos convincente respuesta.

¿Por qué las buenas personas tienen que dejarnos, sin que hayan podido desarrollar una vida plena? ¿Por qué nos desalienta la triste realidad de miles y miles de personas que abandonan tan pronto la existencia terrenal, por las enfermedades, por las guerras, por las maldades humanas? 

Solamente los fieles creyentes en la fe, sea cual sea la religión que profesen, pueden tener alguna tenue respuesta para estos crueles e “inhumanos” comportamientos del destino, con respecto al desarrollo existencial de muchas personas. 

Cuando el piso que Valeriano habitaba con su madre fue desalojado, pues el propietario lo había vendido a unos nuevos inquilinos, entraron los albañiles a fin de realizar una reforma integral. Debajo de una loseta esquinera del fregadero, había un pequeño hueco rectangular en el que se había colocado una cajita de madera. En su interior había unas fotos de la infancia de Valeriano con su madre, y un sobre contenido una apreciable cantidad de dinero. En el anverso y con letras mayúsculas, un texto que decía: “PARA QUE A MI QUERIDA MADRE NADA LE FALTE, CUANDO YO NO PUEDA AYUDARLA. VALERIANO”. No tenían más familia directa. Los servicios sociales del Ayuntamiento ya habían ingresado a doña Rosalía en una residencia de la Comunidad autónoma andaluza. - 

 

 

UN HOMBRE BUENO

 

 

              José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 17 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 10 de octubre de 2025

PAOLO Y PETRO

 

En cualquier momento de nuestro recorrido por la vida, el valor de AMISTAD es inexcusablemente admirable y necesario. Cuando vamos avanzando en nuestra cronología, esa necesidad se hace más acuciante. Sobre todo, cuando la carencia de obligaciones laborales y la pérdida de familiares afectos, incide con más intensidad en esa lacerante “pandemia” de la SOLEDAD. Buscamos, necesitamos, agradecemos, a esa persona con la que compartir los paseos, los ratos de charla, el aromático café o la cerveza espumosa, a fin de compensar esa enfermedad cruel, silenciosa y maligna, que denominamos soledad. Buscamos amigos, pero sobre todo ese “mi mejor amigo”, con el que tenemos la confianza de la sinceridad y el sosiego de la lealtad. No resulta fácil encontrarlo y tampoco. mantenerlo. Pero una vez hallado, supone un verdadero tesoro para esas largas horas de asueto, mañanas o tardes, que se nos hacen exageradamente largas si carecemos del calor afectivo de no tener con quien hablar. En este contexto se inserta nuestra semanal historia.

Se conocieron en una tarde de Parque, en plena estaciona primaveral, entre el trasiego de la gente y la fresca proximidad del mar. El destino, siempre juguetón, quiso ser generoso en esta ocasión, ya que a todos nos gratificar hacer el bien y ese misterioso personaje del azar, aquel día se encontraba predispuesto para atender la patente o urgente necesidad. La tarde estaba algo nublada, con la brisa fresca del mar. En realidad, era un día agradable, que no se podía desaprovechar. Los dos personajes de nuestra historia sumaban muchas décadas, en la aritmética de la edad. Podrían ser incluso coetáneos, pero eso ¿qué más da?

En un banco madero del Parque malacitano, PAOLO ocupaba un lateral del asiento, por la comodidad del reposabrazos. Malagueño de nacimiento, aunque había un abuelo italiano en la familia, por los que sus padres quisieron repetir el nombre de aquel antepasado quien, como el progenitor y más tarde su hijo, se dedicarían a trabajar la madera para la artesana creatividad. La carpintería, actividad habilidosa y artística, que además elabora objetos útiles para las casas, como mesas, sillas, aparadores, armarios, alacenas, cabeceros de cama, muebles de cocina, puertas y ventanas… todo ello para el hogar. Su vocacional habilidad también lo motivaba para la elaboración de juguetes, destacando esas patinetas, movidas con la fuerza motriz del pie infantil, para gozar de la velocidad. Y no olvidaba a las muñecas, que además de los vestidos llevaban el cuerpo de madera, para mejor conservar. Nunca le gustó el plástico para el uso, por su origen petrolero y la falta de tersura y de aroma que la madera siempre nos regala, desde la inmensa riqueza vegetal. 

Tenía instalado su taller en la Carrera de Capuchinos, a medio camino entre la Plaza de la Divina Pastora y Fuente Olletas, en donde trabajaba por encargo echándole muchas horas a la vocación maderera, para agradar. Había días que cerca de la diez tenía que parar, para no molestar a la vecina del primero, doña Alfonsa, que justificaba con energía su necesidad de descansar. 

Su gran amor y compañera era ARACELI, con la que estuvo unido casi tres décadas de buena compañía y felicidad. Pero un mal día, ese viento traicionero que no sabemos quién lo envía a nuestra tranquilidad, se la arrebató con malas artes, para llevarla a ese raro lugar que nadie sabe con certeza dónde está. Esta desgracia ocurrió hacía ya cinco años, cuando con muchos años a su espalda decidió dar el paso jubilar.  Desde entonces, paseos, algún que otro cine y esa paga pensionista, con la que tiene más que suficiente para su modesta necesidad. No tuvieron hijos y todos esos parientes construyen sus vidas, a los que no quiere molestar. Sólo en Navidad, aparecen esos educados contactos, pero son palabras y gestos y nada más. Él se hace la comida, arregla la cama al despertar, compra lo necesario y no deja un sólo día de caminar. 

Sentado en otro banco frontal al de Paolo, otro hombre mayor observaba con tranquilidad la frondosidad vegetal, en tan magnífico lugar. Parterres circulares repletos de flores, pues la primavera hace florecer cualquier lugar, con altos árboles de palmeras, ficus y almensinos para sombrear. Y también los pájaros, destacando las cotorras, no dejaban de alegran el ambiente con sus cantos a modo de orquesta de lo natural. Pero también “acompañaban” las brisas agradables que llegaban del cercano puerto de mar. 

Este jardinero jubilado, con muchas décadas vividas en su historial, tenía por nombre PETRO, que en Ucrania le pusieron al bautizar. Allí desarrolló su infancia y adolescencia y ya en la juventud, el amor de una turista llamada ESTRELLA, española y malagueña, le motivó sin dudarlo la aventura de emigrar. Era técnico electricista, pero además un gran amante de las flores y los jardines, que engrandecen y santifican el reino de lo vegetal. Por este motivo, bien informado, optó a una plaza de cuidador de jardines, pertenecientes a la comunidad municipal. Estrella, estudiante de biología, aplaudía la decisión tomada por la persona a quien quería amar. Así que ella trabajaba en la enseñanza de adolescentes, motivándoles a estudiar el entorno natural. Mientras el apuesto y bien parecido Petro se encargaba de organizar el cuidado del tesoro jardinero en la capital. 

Vivieron felices muchos años, con dos hijos, niño y niña, a los que supieron bien educar. Ella cada día con la pizarra y la tiza, Petro echando una mano con la azada y la manguera, aplicando con mimo su vocación jardinera para las flores cuidar. Y cada fin de semana, cuando el viernes tenía que llegar, aparecía en casa para el almuerzo, con un gran ramo de flores, que tanto él como sus compañeros se habían encargado de bien “alimentar”. Problemas administrativos y solicitantes pretensiosos hicieron que su contrato llegara a un injusto final. Y desde entonces desarrolla un perfecto trabajo en uno y otro jardín particular, en las viviendas de familias acomodadas para el bien pagar.  Se estableció como autónomo, a fin de tener un buen retiro el día que tendría que llegar.  Y así pasaron los años, con esa fascinante labor creativa, para potenciar el ornamento floreal, con el contento de ancianos, niños y familias cuidadosas, de lo mejor que la naturaleza nos da. 

El matrimonio de Petro y Estrella tuvo un buen comienzo, pero el letargo de una larga convivencia fue desvitalizando las necesidades de uno y otro, para mantener la llama de la felicidad, Y un día lleno de nubarrones, Estrella buscó un nuevo destino donde “mejor yantar”. Ahora Petro desarrolla una vida plácida, en donde lo pequeño se hace grande y los colores iluminan la creativa imaginación para el cada día más difícil caminar. En ese dilema de hacer cada día diferente, algo siempre se le ocurre para el buen objetivo alcanzar.

Y en esta mañana dulce de primavera afortunada, la mirada de uno y otro veterano de la vida se identificaron para compartir un poco de amistad. 

“¡Amigo, aquí hay un asiento muy grande que yo, mi nombre es Paolo, apenas lo puedo llenar! ¿Qué te parece si compartimos este este banco de recia madera, ahora casi vacío, y te vienes a mi lugar? Gracias por decirme tu nombre, Petro, es un nombre muy bonito para la aventura de conocer y disfrutar cerca del mar”. Así el carpintero y el antiguo jardinero iniciaron una sencilla pero reconfortante amistad. Quedaron, después de mucho hablar, para mañana en LA SACRISTÍA, por la zona del Soho, una cafetería muy cómoda, para tomar café y algo pastelero. Petro quería invitar. 

Y así, un día tras otro, fuera mañana o tarde, daba igual, los dos amigos “combatían contra una situación tan desagradable, como es la acre soledad. 

Pero una tarde, Paolo no acudió al lugar de encuentro habitual, los jardincillos iniciales del Parque Sur junto al puerto, menos mal que el teléfono sonó para la tranquilidad. Todo era una cuestión de un fuerte resfriado, de esos que hacen muy difícil el respirar. Eran cosas propias de la edad. A la casa de Paolo Petro se prestó ir a visitar. Apareció con unos dulces de APARICIO, para tener con bien merendar. Otro día fueron a ver una película de vaqueros, de la América del mar allá. Salieron contentos y felices, como dos niños pequeños, del tanto disfrutar. Así es la vida de muchos jubilados. todos con avanzada edad. Que los días se hacen bien largos, tiempo que no es fácil de llenar. 


Y un día los dos amigos se dijeron en la Sacristía ¿por qué no juntar nuestras vidas, pues ya casi en los ochenta es un buen paso para dar. Ahorramos en gastos y problemas de papeleos, multiplicando la necesaria y saludable felicidad. Y así se fueron a vivir juntos, formando un grato hogar dual, en el que todo lo compartían y se ayudaban en lo demás. Organizaban paseos y salidas, ordenaban y limpiaban cada cosa en su lugar. Juntos iban a la compra y se intercambiaban los días para cocinar. 

Como no podía ser de otra forma, el tiempo que avanzaba afectó a sus vetustos cuerpos, en achaques, desmemoria y en la forma de caminar. De esta forma los Servicios Sociales del Ayuntamiento les buscaron acomodo en una residencia para mayores, en donde bien atendidos pudieran descansar hasta el final. 

Esta es una preciosa historia, en la que dos almas solitarias, encontraron la ayuda necesaria, para compartir el tesoro de la amistad. Paolo y Petro asociaron sus voluntades, para sentirse mejor en su respetiva situación particular. El sol los iluminó con ternura en ese cada día más lento caminar. Los dos buenos hombres aprovecharon los últimos años que el destino nos permite recorrer, para poder decir ese adiós agradecido a la Tierra, buscando la inmensa y desconocida eternidad. –

 

 

PAOLO Y PETRO

 

 

                                     José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 10 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 3 de octubre de 2025

EL RECORDADO TREN DE LA OPORTUNIDAD

 

Todas las personas conservamos, en los misteriosos estantes de nuestra memoria, infinidad de recuerdos. Algunos aparecen como “neblinosos”, a causa del avance inexorable del tiempo. Otros se mantienen con una nitidez y fortaleza “imborrable”. La mayoría, fluyen con una intermitencia variable u ocasional, según las épocas y las circunstancias de nuestras vidas. En ese inmenso archivo de recuerdos encontramos alegrías, indiferencias, curiosidades, tristezas, sorpresas o nostalgias. Aceptamos la evidencia de que “viajar” hacia atrás es imposible, por las leyes aritméticas del tiempo, pero siempre nos queda esa ilusión, frustración o deseo de haber podido cambiar, en lo personal, no pocas decisiones que al paso de las hojas del calendario consideramos hoy como desafortunadas o erróneas. En este contexto se inserta nuestra historia de este viernes, para cuya construcción necesitamos la ayuda generosa de la memoria.

España a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, lógicamente en la vigésima centuria. La imagen de MÁLAGA era bien diferente que la que hoy ofrece al mundo. Con sus carencias y realidades, era una ciudad entrañable, incardinada en sus tradicionales costumbres y menos “invadida” por los turistas foráneos. Los niños jugaban mucho más por las calles y plazuelas y no gozaban de los bien construidos parques infantiles que hoy florecen por cada barrio o jardín. La imaginación era un arma poderosa para aquellos niños que no tenían grandes juguetes para el disfrute. Cualquier objeto podía transformarse, en las mentes infantiles, en inesperadas recreaciones para reír y disfrutar.  La vecindad comunal se llevaba de manera aceptable y fraternal, aunque no faltaban sus naturales rifirrafes que bien pronto quedaban en la nada. La radio era la distracción fundamental para las personas adultas, destacando los seriales escenificados, con esas novelas lacrimógenas que tanto agradaban a los radioescuchas. La prensa se voceaba en las calles. Y en los lugares muy transitados por los peatones, aparecía la figura convincente del charlatán, que con sus habilidades expresivas vendía artilugios de plástico colorido, muy útiles para el hogar. 

Eran numerosa las antiguas casonas que, por necesidad e intereses económicos, eran divididas en pisos, habitáculos muy reducidos, en los que vivían (con muchas estrecheces de toda índole) modestas familias, que pagaban una renta de alquiler también muy asumible. Eran frecuente que estos pisos antiguos careciesen de servicios básicos para la comodidad, como ascensores, cuartos de baño, terrazas a la calle, cocinas (en donde poder moverse). Compartían los servicios de WC y el lavadero, que estaba en la planta baja, utilizados por las mujeres para lavar la ropa, turnándose con el lebrillo de barro cocido y el pilón del agua (normalmente un gran bidón) en el que se echaba las cenizas de los braseros, para que hiciese el agua lejía, con la que aclarar la ropa blanca de cama y las camisas del mismo color. En esta compartimentación de las viviendas antiguas, era frecuente que algunos pisos quedasen cerrados, prácticamente sin vistas al exterior, teniendo la oxigenación y respiradero a través de los ojos de patio interiores, por lo que el sol y la claridad apenas entraba y confortaba, haciendo más sombrío y lúgubre la relación cotidiana entre sus residentes.

En una de estas casonas compartidas por varias familias, vivían en el bajo (había dos pisos, en donde residían familias algo más pudientes) una madre con su única hija.

Doña AMPARO, más de sesenta, viuda de un campesino y RAMONA, treinta y nueve, aunque físicamente aparentaba algunos años más por la falta usual de cuidados. Desde hacía más de un quinquenio, habían dejado el pueblo interior en el que nacieron, para trasladarse a la capital malagueña. El fallecimiento de Higinio, marido y padre, impulsó que ambas mujeres buscaran acomodo en una ciudad capital que tuviese mar, un noble anhelo que habían tenido en su humilde existencia. Era la ilusión de vivir en una ciudad alegre” y moderna, en la que había una gran Catedral, con una torre inacabada y antiguas iglesias con festiva devoción santera, muchos barrios densamente poblados, un gran cauce de rio sin agua que atravesaba la ciudad de sur a norte, un turismo incipiente y esa bahía de bellos amaneceres y románticos atardeceres. El gran puerto de mar también era importante, en donde los barcos mercantes cargaban las aceitunas y los cítricos del Valle del Guadalhorce, éste era un rio con agua. La vivienda que habían alquilado se componía de “un salón”, donde tenían la cama para el descanso., una mecedora, varias sillas y una mesa camilla, en donde tomaban el alimento diario.  En uno de los laterales menores, junto a la puerta, destacaba una máquina de coser Singer, que trabajaba accionándose un gran pedal con los pies. Era una casona con varios patios interiores, en uno de los cuales había como una antigua cocina, con su poyete pegado a la pared, hornilla y un infiernillo de petróleo, en donde guisaba doña Amparo. A la izquierda de ese largo poyete, un cuartito (verdaderamente pequeño) de aseo, en el que aparecían un inodoro o retrete, sin cisterna y un pequeño lavabo también atornillado a la pared. Como en tantas otras casas, los inquilinos tenían que lavarse el cuerpo por partes, utilizando una cubeta de plástico blanca, que servía para ponerse de pie y recibir el agua precalentada con tibieza en el infiernillo. La madre siempre vestía de color negro. Cobraba una “escuálida” pensión de viudedad. Completaban el sustento, gracias a que Ramona sabía coser desde su adolescencia (por enseñanza de doña Amparo) y se ganaba la vida haciendo trajes, faldas, camisas y chalecos, para las señoras “bien” y “menos bien”. 

El espacio portuario, casi siempre solitario, salvo en las horas de labor para la carga y descarga, era bien aprovechado por las parejas de novios que se acurrucaban en cualquier rincón, a fin de estar a salvo de las miradas indiscretas y del guardia de turno que podía aparecer para regañar y ordenar el “decoro”. Ese ambiente portuario cambiaba cuando llegaba un barco de la marina estadounidense, los cuales alegraban con sus dólares y sus deseos sexuales el letargo rutinario de la antigua ciudad. Precisamente en una tarde de paseo con una amiga, también dedicada a la costura, Ramona conoció a BRANDO, un fornido piloto aéreo americano, que tenía el capricho o el objetivo de enamorar a una española, ya que su madre, varias veces divorciada, era de origen malagueño, pues había emigrado a los EE. UU. con su familia en los años veinte.  El piloto, persona impetuosa y tenaz, con un dominio aceptable del idioma castellano, tenía que aprovechar esos diez días en los que el portaviones Dédalo iba a estar anclado en las aguas mediterráneas malacitana. Ramona y Brando salieron “cuatro tardes” ante la emoción de doña Amparo de poder ver a su hija bien casada, para lo que rezaba, casi a diario, a Santa Gema, en la iglesia próxima de los Mártires. Brando estaba dispuesto a casarse con aquella moza, algo entrada en carnes, pero con buena edad para el disfrute y tener descendencia. “Tienes que venirte a América. Yo te preparo los papeles y el billete de avión. Poco a poco te irás acostumbrando al tipo de vida de los Estados Unidos”.  Para Ramona, que todo un piloto americano la quisiera por esposa, ella que no había significado nada en el pueblo de donde procedía, era un mágico sueño, un verdadero milagro, que parecía inalcanzable para una vida tan modesta, anónima y sencilla como la suya. Pero estaba el problema de doña Amparo. El americano opinaba que, dada la edad de la señora, lo más conveniente era ingresarla en una residencia para personas mayores. Que algún día viajarían a Málaga, para que ella pudiera visitar a la madre que le dio la vida. Obviamente, no quería “cargar” con la buena señora. 

Ramona estaba sumida en un mar de confusiones. Por una parte, pensaba en su madre, que la había protegido y querido durante toda su vida. Por otra parte, “brillaba” ese amor casi imposible al que todas las personas aspiran, para poder formar una familia. Y la decisión tenía que ser rápida, porque Brando se marchaba en el portaviones Dédalo en unos días. Hubo sofocos y lloros. En la noche previa a la despedida, Ramona le dijo a Brando, entre lágrimas, que no podía abandonar a su madre. Que lo sentía mucho, pero que era su forma de pensar. Se despidieron con un beso, junto a la brisa del mar y el fulgor de las estrellas, blanqueando el azul oscuro de la noche. No concilió el sueño en el camastro donde dormía junto a su madre, quien también lloraba en el silencio de la conciencia y el corazón.


Nunca más supo del alto, fornido, rubio y vital Mark Brando. Siempre, día tras día, a lo largo de los meses, esperó esa carta con remite estadounidense, que estuviese llena de esperanza para darle un sentido a su vida. Pero el cartero pasaba de largo por la puerta de la casona, sin preguntar por Ramona. La modista pedaleaba con su vetusta Singer, cosiendo esos vestidos que le permitían comer junto a doña Amparo el sustento diario. Pero en su mente y cuando hablaba con alguna vecina o amiga, siempre sacaba a relucir la historia del piloto de avión que un día la quiso como esposa, pero la vida y la conciencia no permitió esta unión que la hubiese colmado de felicidad.  Idílica unión de un apuesto y caprichoso piloto aéreo americano y una humilde modista “malagueña”, que vivía y trabajaba en el bajo interior de una casona repartida entre vecinos, con vistas a un patio interior en el que apenas llegaba un escuálido rayo de sol, durante unos minutos al día. 

El tren de la oportunidad había pasado por la estación vital de Ramona. Ella tuvo importantes razones de conciencia para no montarse en uno de sus vagones. Durante el resto de sus días nunca olvidó a ese “guapo” piloto, con el que podría haber viajado a un mundo bien diferente del que la vida le había asignado.  Pero el destino tiene sus razones y caprichos, que no siempre son generosos o lógicos. Ramona siguió contando, a quien se prestaba escucharla, esta romántica historia imposible. 

 

 

 

EL RECORDADO

TREN DE LA OPORTUNIDAD

 

 

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Viernes 03 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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